Preocupado
no solamente por la integridad de su cuerpo (en concreto de su
esfínter anal) sino también por la integridad de su ego personal y
su masculinidad (Paco Penas era de los que decía "por ahí, ni
el bigote de una gamba."), nuestro protagonista
afronta con desánimo el resto del largo y monótono día deseando un
golpe de suerte, un ligero hálito de confianza, optimismo y
convicción de que todo va a salir bien.
Y
no resulta fácil, no. Y
mucho menos cuando, tan sólo dos horas después
de que le comuniquen la "buena nueva" de que le van a meter
más de medio metro de cable por
el culo, el compañero terminal que ocupaba una de las camas de su
habitación, fallece después de más de cinco días de brutal
agonía.
Al
dolor típico familiar, se une un Basilio ensimismado por lo que ve
al otro lado de la habitación, donde una nueva cuadrilla de pijamas
blancos se dedica a retirar los tubos y sondas del difunto,
amortajándolo y metiéndolo luego en una bolsa de cremallera como
las que aparecen en series policiacas de televisión, pero de
color blanco.
Quizás
el anciano Basilio observaba con atención lo que el futuro le
deparaba, mejor dicho, lo que nos depara a todos nosotros.
Paco
decide salir a pasear por la zona de los ascensores para eliminar
tensiones. Se sienta, apoya los codos sobre las rodillas y juguetea
con la punta de sus pies dejando pasar el tiempo. Esa sensación, la
del paso del tiempo sin que suceda nada, lo está matando. Después
de varios días de ingreso, a Paco le parece como si sólo se
hubieran aprovechado cuatro o cinco horas de su estancia, y el resto
simplemente hubiera sido "arena que se lleva el viento".
Al
poco llegan unos celadores para llevarse el cadáver. Se cierran las
puertas de las habitaciones, y uno de ellos (al parecer, con pequeño
problema auditivo) se le escucha "berrear" dentro de la
305.
-
Po yo no sé dónde está el de refuerzo, pero vamos que
esto ya lo hablaré yo....porque no puede ser".
Al
rato no se sabe por qué tipo de cuestión, este celador se va hacia
el control de enfermería y pregunta a los compañeros...
-
¿Me puedo llevar un cartón de leche? Es que abajo no
tenemos...
-
Chiquillo, que todavía no os habéis llevado al muerto, ¿vas
a pedirme ahora leche?
-
Estamos esperando a que nos llame el jefe.
-
¿Para qué?
-
Para protestar porque no hay refuerzo.
-
¿Y no se puede protestar cuando dejéis al difunto en el mortuorio?
-
Ummmm…no.
Dicho
esto, el celador en cuestión se sienta en uno de los ortopédicos
sillones del control, y se cruza de brazos.
-
Entonces... ¿me puedo llevar la leche?
-
¡¡Que sí, coñooooo, que sí, llévatelaaaaa!!
El
celador coge un tetrabrick de leche y se va del estar de
enfermería.
Dos
minutos más tarde, suena el teléfono y desde el otro lado de la
línea alguien pregunta por este celador.
Enfermeros y auxiliares lo buscan, pero no lo encuentran.
-
Mira, lo mismo se ha bajado un cartón de leche y ahora sube.
-
Joder, es que me ha llamado…
-
Bueno, pues cuando suba le decimos que te llame él a ti.
-
Vale, no os olvidéis…
Todas
las habitaciones permanecen cerradas, menos la 305 donde
un cadáver metido en una bolsa y un puñado de llorosos e
inconsolables familiares, esperan a bajar al
mortuorio. Han pasado casi 30 minutos desde el deceso, y el cuerpo
del difunto empieza enfriarse mientras el celador no da señales de
vida.
Una
enfermera, algo alterada, lo llama por teléfono.
Cinco
minutos más tarde, aparece por el ascensor frente a Paco, con
las manos a la altura de las rodillas y dando zancadas largas y
lentas, como si llevara una invisible mochila cargada con 30 kg de
peso a sus espaldas.
Enfermeros
y auxiliares le hacen señas para que se dé prisa, unos señalándose
la muñeca con el dedo índice, como indicando la hora; otros,
directamente se llevan la mano a la altura de los genitales, y
hacen un leve movimiento oscilatorio de arriba a abajo en lo que
internacionalmente se conoce como signo
de "colega, espabila, que te pesan".
A
pesar de las indicaciones, la marcha del celador no aumenta de ritmo.
Cuando llega al mostrador, pregunta si le han llamado. Ante la
respuesta afirmativa, el celador coge el teléfono y llama...
-
Chiquillo, el difunto...
-
Es un momento, na más…
Tras
un largo minuto, donde parece que el que está en la Centralita ha
ido a tomarse un café, ha comprado el periódico, y (de paso) ha
hecho medio crucigrama, el celador consigue hablar con su
jefe....los compañeros sólo escuchan una parte de la conversación.
-
Soy yo, mira...sí, sí, sí...es que verás yo, sí, sí,
sí...pero, pero, ...sí, sí, sí...entonces el
refuerzo...sí, sí, sí, sí,...vale, sí...sí, sí,
sí...ya, ya, ya, ya,...pero es que él me dijo que, ...sí, sí,
sí, ya, ya, ya...pero, pero...sí, sí, sí, ...que
sí...que yo se lo dije...no, no, no, no, no...que sí,
sí, sí...ayer,...sí...ayer...sí...no...no...no,
no...pero...no...sí, sí, sí...vale, adiós.
-
¿Qué te ha dicho?
-
Que no hay refuerzo.
Han
pasado más de cuarenta minutos desde el fallecimiento.
Se
levanta como si en vez de piernas tuviera dos hormigoneras, y con su
"alegre" caminar se dirige hacia la 305.
Paco
no se puede creer esa tardanza, se levanta y se acerca al
mostrador.....el celador, de nuevo, vuelve a gritar algo.
-
Uf...po a este otro abuelo le queda poco...
-
Te quieres callaaaar, que parece que estás metido en una tinaja...
-
Si yo no he dicho ná...
-
Anda, tira, tira...
El
celador empuja con su prestancia habitual la cama en dirección
a los ascensores, pero a la altura del mostrador de enfermería
vuelve a detenerse...
-
Oye... ¿y zumo me podéis dar?
Enfermeros
y auxiliares parecen que se lo quieren comer .Hacen aspavientos,
alguno lo empuja y aunque parece que acelera un poco el paso, resulta
casi imperceptible.
Finalmente
desaparece por los ascensores.
Paco,
vuelve a su habitación y se echa un rato; Basilio ahora
duerme plácidamente y parece que le dará tregua.
A
su izquierda un hueco vacío genera inquietud al pobre Paco, que por
momentos parece sentir una profunda lástima hacia su ex-compañero
de habitación.
La
tarde pasa lenta pero tranquilamente, hasta que Paco escucha que van
a ingresar a alguien nuevo en la habitación.
-
Espero que esté mejor de salud que el anterior.
-
Sí, Francisco. – contesta una enfermera- Éste viene por su
propio pié.
La
noticia lo calma un poco. Pero
poco le dura la tranquilidad. Cuando llega el ingreso, observa ante
sí a un hombre joven, de mediana estatura. Moreno de piel, cabellos
oscuros, delgadez extrema, ojos saltones y pómulos marcados. Un
tatuaje de Amor de Madre, asoma por uno de los esqueléticos brazos.
En
el otro brazo, un grotesco tatuaje (que parece hecho a patadas)
de una señora desnuda.
A
simple vista, parece que este hombre conoce a la perfección el
diacepam y desconoce la existencia del paracetamol. De la misma
manera, también parece que sabría mejor cómo burlar el cierre
centralizado del Opel Corsa y sin embargo, no sería capaz de
sintonizar Antena 3 en la TV. Ante este panorama, Paco
con su habitual entereza y
educación se dirige hacia el nuevo inquilino de la
305,
y extendiendo la mano le dice...
-
Qué tal, soy Paco.
A
lo que el otro, que no ha parpadeado desde que llegó a la
habitación, responde...
-
Zé Manué…pero tor mundo me llama “Er Chori”.