martes, 17 de septiembre de 2013

"EL ABRAZO" (relato corto.-2013)









PRIMER PREMIO del IV CONCURSO DE RELATOS CORTOS "MIL CAMINOS" del mes de agosto de 2013.


                                                                     "EL ABRAZO"


Fernando nunca fue un tipo especialmente creyente, ni aun cuando la fortuna quiso que en aquel accidente de coche en la nacional trescientos cuarenta, a la altura de Tarifa, perdieran la vida cuatro de los cinco ocupantes del automóvil…solo él salió increíblemente ileso de aquella docena de vueltas de campana que culminaron en una trampa mortal de metal y combustible a un lado de la cuneta.
Fue su madre, una entrañable señora que mezclaba la fe y la devoción con brotes de superchería popular, la que le aconsejó cuando pasaron unos prudenciales meses…

—Hijo …fue un milagro…una señal del Señor. Deberías agradecerlo de alguna manera.

Y la verdad es que Fernando no dejaba de pensar que quizás no le faltaba razón a su madre …pero claro… ¿cómo agradecer algo a alguien en quien no crees?

Quién sabe si fue por pura superstición, ganas de agradar a Doña Encarnación o simplemente porque su amigo Gonzalo le planteó la peregrinación a Santiago como una aventura que mezclaba lo espiritual con el afán de superación y la camaradería, donde el paisaje era, no un mero acompañamiento visual, sino un protagonista más.
El caso es que, casi sin darse cuenta, Fernando se vio tomando el cayado en su mano derecha, con la mochila a su espalda y sobre ésta, la vieira.

Comenzó el camino en Sarria, con la mente enmarañada de recuerdos oscuros y obtusos, rabia, impotencia, melancolía…todo a partes iguales. Y a medida que avanzaba en dirección a Santiago y su caminar era más cansino, notaba como en su interior crecía la quejumbrosa necesidad de desahogar su alma, de gritar a los cuatro vientos que, a pesar de sentirse pleno y afortunado por haber salvado la vida meses antes…aquello no había sido justo; no fue justo para Álvaro, que a sus 25 años, prometía ser un excelente cirujano; no lo fue para Isaac, que acababa de experimentar la indescriptible sensación de la paternidad hacía tres meses; no fue justo para Luis y su humor contagioso, siempre dispuesto a levantar el ánimo de todos ellos; y tampoco fue justo para Jero, el más joven de todos, porque a los veinte años nadie debería morir.

Aquella soterrada amargura le comprimía el pecho, anidaba en su garganta como si fuese una buitrera y aguijoneaba con saña cualquier atisbo de fortaleza interna, algo que se hizo patente con el paso de las jornadas y los kilómetros en sus fatigadas piernas.

A poco más de media jornada para llegar a Santiago, Fernando paró sus pasos y, haciéndose a un lado del Camino, se sentó y sollozó abrazado a sus rodillas como un crío. Lloró por la crueldad de la vida y los caprichos del destino, lloró porque quizás le hubiese gustado emprender esa aventura no solo con Gonzalo, sino con el resto de sus amigos caídos. Lloró frustrado por sentirse nada en la inmensidad de todo.

Gonzalo lo contempló pacientemente, y cuando se hubo cerciorado de que no cabían más lágrimas en las mejillas de su amigo, posó su mano sobre el hombro de Fernando y le dijo.

—Amigo…tu camino no acabó en aquella maldita curva. Quien sabe cómo ni por qué, hoy estás aquí, conmigo…y hay mucha gente que necesita que te levantes y continúes tu vida…que acabes de andar el sendero y llegues a tu “particular” abrazo al Apóstol. Si quieres quédate aquí…yo te he acompañado hasta ahora, pero mi camino sigue. Tu decides…o continuas, o te quedas. Te espero en Santiago.

Y dicho esto, Gonzalo se levantó y siguió adelante sin mirar atrás. Fernando permaneció una hora más allí, sin parar de llorar, hasta que por fin enjugó sus lágrimas y, alzando la mirada hacia un cielo gris pero limpio y fresco, decidió terminar lo que había comenzado. Pasaron horas hasta que sus pies pisaron Santiago, y allí, frente a la monumental fachada del Obradoiro, aguardaba un Gonzalo sonriente y con los brazos abiertos.
Aquel fue un abrazo de esperanza…un abrazo de despedida a un Fernando, que a su vez renacía de nuevo en ese mismo gesto.
Las lágrimas entonces, no fueron amargas. Jamás había sentido la dulzura de un triunfo como el que había logrado al llegar a su destino dejando atrás una vida amputada, sintiendo como su alma había sido purgada a lo largo de todos esos días, paso a paso, recodo a recodo.
Luego vendría el tradicional abrazo al Apóstol. Pero para entonces, Fernando ya era consciente de que, nuevamente, se había abrazado a la vida.


Ficha técnica: 
Concurso: IV edición del Concurso de Relatos "Mil Caminos".
Organizador: Bodegas Martín Códax.
Lugar: Cambados (Pontevedra). España.


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