martes, 25 de febrero de 2014

"EL PRETICANTE" (Lectura Online).- Capítulo IX




Preocupado no solamente por la integridad de su cuerpo (en concreto de su esfínter anal) sino también por la integridad de su ego personal y su masculinidad (Paco Penas era de los que decía "por ahí, ni el bigote de una gamba."), nuestro protagonista afronta con desánimo el resto del largo y monótono día deseando un golpe de suerte, un ligero hálito de confianza, optimismo y convicción de que todo va a salir bien.
Y no resulta fácil, no. Y mucho menos cuando, tan sólo dos horas después de que le comuniquen la "buena nueva" de que le van a meter más de medio metro de cable por el culo, el compañero terminal que ocupaba una de las camas de su habitación, fallece después de más de cinco días de brutal agonía.
Al dolor típico familiar, se une un Basilio ensimismado por lo que ve al otro lado de la habitación, donde una nueva cuadrilla de pijamas blancos se dedica a retirar los tubos y sondas del difunto, amortajándolo y metiéndolo luego en una bolsa de cremallera como las que aparecen en series policiacas de televisión, pero de color blanco.
Quizás el anciano Basilio observaba con atención lo que el futuro le deparaba, mejor dicho, lo que nos depara a todos nosotros.
Paco decide salir a pasear por la zona de los ascensores para eliminar tensiones. Se sienta, apoya los codos sobre las rodillas y juguetea con la punta de sus pies dejando pasar el tiempo. Esa sensación, la del paso del tiempo sin que suceda nada, lo está matando. Después de varios días de ingreso, a Paco le parece como si sólo se hubieran aprovechado cuatro o cinco horas de su estancia, y el resto simplemente hubiera sido "arena que se lleva el viento".
Al poco llegan unos celadores para llevarse el cadáver. Se cierran las puertas de las habitaciones, y uno de ellos (al parecer, con pequeño problema auditivo) se le escucha "berrear" dentro de la 305.
- Po yo no sé dónde está el de refuerzo, pero vamos que esto ya lo hablaré yo....porque no puede ser".
Al rato no se sabe por qué tipo de cuestión, este celador se va hacia el control de enfermería y pregunta a los compañeros...
- ¿Me puedo llevar un cartón de leche? Es que abajo no tenemos...
- Chiquillo, que todavía no os habéis llevado al muerto, ¿vas a pedirme ahora leche?
- Estamos esperando a que nos llame el jefe.
- ¿Para qué?
- Para protestar porque no hay refuerzo.
- ¿Y no se puede protestar cuando dejéis al difunto en el mortuorio?
- Ummmm…no.

Dicho esto, el celador en cuestión se sienta en uno de los ortopédicos sillones del control, y se cruza de brazos.
- Entonces... ¿me puedo llevar la leche?
- ¡¡Que sí, coñooooo, que sí, llévatelaaaaa!!
El celador coge un tetrabrick de leche y se va del estar de enfermería.
Dos minutos más tarde, suena el teléfono y desde el otro lado de la línea alguien pregunta por este celador. Enfermeros y auxiliares lo buscan, pero no lo encuentran.
- Mira, lo mismo se ha bajado un cartón de leche y ahora sube.
- Joder, es que me ha llamado…
- Bueno, pues cuando suba le decimos que te llame él a ti.
- Vale, no os olvidéis…

Todas las habitaciones permanecen cerradas, menos la 305 donde un cadáver metido en una bolsa y un puñado de llorosos e inconsolables familiares, esperan a bajar al mortuorio. Han pasado casi 30 minutos desde el deceso, y el cuerpo del difunto empieza enfriarse mientras el celador no da señales de vida.
Una enfermera, algo alterada, lo llama por teléfono.

Cinco minutos más tarde, aparece por el ascensor frente a Paco, con las manos a la altura de las rodillas y dando zancadas largas y lentas, como si llevara una invisible mochila cargada con 30 kg de peso a sus espaldas.
Enfermeros y auxiliares le hacen señas para que se dé prisa, unos señalándose la muñeca con el dedo índice, como indicando la hora; otros, directamente se llevan la mano a la altura de los genitales, y hacen un leve movimiento oscilatorio de arriba a abajo en lo que internacionalmente se conoce como signo de "colega, espabila, que te pesan".
A pesar de las indicaciones, la marcha del celador no aumenta de ritmo. Cuando llega al mostrador, pregunta si le han llamado. Ante la respuesta afirmativa, el celador coge el teléfono y llama...
- Chiquillo, el difunto...
- Es un momento, na más…

Tras un largo minuto, donde parece que el que está en la Centralita ha ido a tomarse un café, ha comprado el periódico, y (de paso) ha hecho medio crucigrama, el celador consigue hablar con su jefe....los compañeros sólo escuchan una parte de la conversación.

- Soy yo, mira...sí, sí, sí...es que verás yo, sí, sí, sí...pero, pero, ...sí, sí, sí...entonces el refuerzo...sí, sí, sí, sí,...vale, sí...sí, sí, sí...ya, ya, ya, ya,...pero es que él me dijo que, ...sí, sí, sí, ya, ya, ya...pero, pero...sí, sí, sí, ...que sí...que yo se lo dije...no, no, no, no, no...que sí, sí, sí...ayer,...sí...ayer...sí...no...no...no, no...pero...no...sí, sí, sí...vale, adiós.
- ¿Qué te ha dicho?
- Que no hay refuerzo.
Han pasado más de cuarenta minutos desde el fallecimiento.
Se levanta como si en vez de piernas tuviera dos hormigoneras, y con su "alegre" caminar se dirige hacia la 305.
Paco no se puede creer esa tardanza, se levanta y se acerca al mostrador.....el celador, de nuevo, vuelve a gritar algo.
- Uf...po a este otro abuelo le queda poco...
- Te quieres callaaaar, que parece que estás metido en una tinaja...
- Si yo no he dicho ná...
- Anda, tira, tira...

El celador empuja con su prestancia habitual la cama en dirección a los ascensores, pero a la altura del mostrador de enfermería vuelve a detenerse...
- Oye... ¿y zumo me podéis dar?
Enfermeros y auxiliares parecen que se lo quieren comer .Hacen aspavientos, alguno lo empuja y aunque parece que acelera un poco el paso, resulta casi imperceptible.
Finalmente desaparece por los ascensores.
Paco, vuelve a su habitación y se echa un rato; Basilio ahora duerme plácidamente y parece que le dará tregua.
A su izquierda un hueco vacío genera inquietud al pobre Paco, que por momentos parece sentir una profunda lástima hacia su ex-compañero de habitación.
La tarde pasa lenta pero tranquilamente, hasta que Paco escucha que van a ingresar a alguien nuevo en la habitación.
- Espero que esté mejor de salud que el anterior.
- Sí, Francisco. – contesta una enfermera- Éste viene por su propio pié.

La noticia lo calma un poco. Pero poco le dura la tranquilidad. Cuando llega el ingreso, observa ante sí a un hombre joven, de mediana estatura. Moreno de piel, cabellos oscuros, delgadez extrema, ojos saltones y pómulos marcados. Un tatuaje de Amor de Madre, asoma por uno de los esqueléticos brazos.
En el otro brazo, un grotesco tatuaje (que parece hecho a patadas) de una señora desnuda.

A simple vista, parece que este hombre conoce a la perfección el diacepam y desconoce la existencia del paracetamol. De la misma manera, también parece que sabría mejor cómo burlar el cierre centralizado del Opel Corsa y sin embargo, no sería capaz de sintonizar Antena 3 en la TV. Ante este panorama, Paco con su habitual entereza y educación se dirige hacia el nuevo inquilino de la
305, y extendiendo la mano le dice...
- Qué tal, soy Paco.
A lo que el otro, que no ha parpadeado desde que llegó a la habitación, responde...
- Zé Manué…pero tor mundo me llama “Er Chori”.










jueves, 20 de febrero de 2014

"EL PRETICANTE" (Lectura Online).- Capítulo VIII




De nuevo el alba sorprendió a Paco Penas sentado en el sillón, derrotado, ojeroso y desmoralizado ante la continua sucesión de desastres que se iban acumulando desde el desgraciado día en que decidió acudir a Urgencias del Hospital Puerta de San Pedro de La Línea aquejado de tos y fiebre. Paco, un señor de vitalidad encomiable y nervios como el acero se había visto desbordado en las últimas horas por un anciano desnutrido y sus "fechorías". Nunca antes se había sentido tan desprotegido y tan impotente ante una situación que rayaba el surrealismo, y donde la tan manida y cacareada Ley de Murphy se convertía en Dogma de Fe irrefutable conforme avanzaba el periodo de ingreso en Medicina Interna.
La sensatez de nuestro protagonista estaba sufriendo una auténtica prueba de fuego que amenazaba con cambiar definitiva y traumáticamente el "modus vivendi" de Paco que veía como su Yo personal sufría drásticos desarreglos y amputaciones morales irreversibles.
El simple hecho de imaginar una noche más al lado de Basilio le reportaba una angustia insoportable, e imaginaba en la soledad de sus oscuros pensamientos la manera de dar esquinazo a su mal fario de una manera u otra.
Pero en situaciones como esta es difícil discernir el blanco del negro y mucho menos encontrar el camino que lleva a la resolución de los problemas más mundanos. La fiebre, el insomnio, la mala leche y el temor a una enfermedad de la que desconocía absolutamente todo (por obra y gracia de la falta de información médica), turbaban la mente de Paco, que apenas acertaba a mantenerse cuerdo y sosegado.
El transcurso de la mañana no contribuyó a calmar su ánimo; el trajín del personal de planta, evitaba su descanso y tan sólo albergaba la escueta esperanza de que el doctor le pudiese dar nuevos datos sobre su dolencia, y sobre todo...de su curación.

Por su parte, Basilio seguía evacuando como si fuese un surtidor de heces...el olor era cada vez más desagradable, aunque Paco empezaba a acostumbrarse y cada vez le molestaba menos. El golpe de nalgas de la noche anterior había tenido unas consecuencias más nefastas.....el dolor de riñones casi le cortaba la respiración y realmente le costaba mucho esfuerzo mantenerse erguido. Para colmo de males, vaya usted a saber si a consecuencia del golpe o del estrés acumulado,

Paco había tenido que ir al WC y había tenido una deposición con restos de sangre....no mucha cantidad, pero lo suficiente como para que el pobre Paco sintiera de nuevo la Espada de Damocles amenazar su testa.
Las enfermeras entran en la habitación y le piden que se descubra el abdomen....
- ¿Para qué?
- Tenemos que darle un pinchacito.
- ¿Otro?
- Sí, pero esta vez es en la barriguita; es para la circulación.....
- Pero si yo nunca he padecido de circulación....
- Aquí es costumbre, háblalo con tu médico... 

“Costumbre”.....para Paco era “costumbre” ir los domingos por la mañana al kiosko a comprarse el Europa Sur, y tomarse un café en el centro....no entendía como podía ser una costumbre "pinchar" una medicación para un tipo de problema médico que él jamás había sufrido.
Tras sufrir de nuevo el castigo del acero puntiagudo, la "banda sonora" de la planta volvía a aparecer como los controles de la Benemérita....sorpresiva e inexorablemente...
- ¡¡TENEEED COMPASIOOOOON DE MIIIIIIIIIIIII, ARBOLES DE LA RIVEEERAAA!!
- ¡¡Ole, hija, qué bonito!!
De nuevo un Fandango que rompe el aire.
- ¡¡¡¡TENED COMPASION DE MIIIIII, QUE ESTOY QUERIENDOOO DE VEEEERAAAS, A QUIEEEEN NOO MEEE QUIEEEREEE A MIIIIII, NI UNA MIJITA SIQUIERAAAA!!

Aplausos, vítores y demás zarandajas con petición de bis popular, que afortunadamente para Paco no se lleva a efecto porque los doctores están pasando sala, y algunos se han asomado al pasillo con ánimo censurador.
De repente, entra el Dr. Carapalo en la habitación de Paco y con su acostumbrado "buen humor y delicadeza” invita a los familiares a salir unos minutos mientras ve a los pacientes.
El internista parece que no ha abandonado en estos días ese rictus de asco...Paco ya se pregunta si acaso el doctor sufrió algún tipo de parálisis facial que le imposibilita asomar una leve sonrisa.
- ¿Cómo se encuentra? -dice el médico sin levantar la vista de la carpeta que tiene entre sus manos...Paco, responde....
- ¿Es a mi?
El Dr. Carapalo levanta la vista sin cambiar la cara de asco, mira a la izquierda, donde está Basilio, y luego a la derecha donde está el enfermo terminal que lleva ya varios días semi-comatoso.
- ¿Con quién más podría hablar?, claro que es con usted.
Simpático el tío, sí señor. Ideal para acompañarte en una loca fiesta de despedida de soltero.

Paco empieza a contar su odisea nocturna, mientras el médico va pasando hojas y hojas; a medida que avanza el relato de Paco el médico empieza a "liberar" una especie de sonrisa sarcástica....como si no se creyera nada de lo que le cuentan. Pero es justo cuando Paco relata su sangrado en las heces el momento que elige el médico para detener súbitamente el "paso de hojas" de la carpeta y borrar la maliciosa sonrisa. Ante este drástico cambio, Paco pregunta al Dr. Carapalo si sucede algo…
- No, nada, habrá que ver…
- Habrá que ver qué…
- Vamos a hacerle alguna prueba.

Dicho esto tras anotar algo en la carpeta, el Dr. Carapalo abandona la habitación rápida y atropelladamente como queriendo evitar las preguntas de Paco, cosa que consigue de forma extraordinariamente habilidosa. Se ve que no era la primera vez que procedía de esa manera. Al cabo de un rato y ante la falta de información recibida, Paco se dirige al mostrador del pasillo y pregunta a una enfermera si sabe algo...
- Le van a hacer una colonoscopia, Paco.
- ¿¿¿Cómo???
- Su médico lo ha solicitado.
- ¿¿Pero no se suponía que yo tenía una neumonía??¿¿qué tienen que ver los pulmones con el culo, señora?? - la enfermera se encoge de hombros...

Y fue en ese momento cuando Paco recordó las enseñanzas de su difunto padre, Don Anselmo, que disfrutó de una vejez relativamente alegre gracias al cariño y los cuidados de su hijo que lo acogió en su casa hasta el momento de su muerte. Paco siempre recordaba a su padre con aspecto serio, severo y con poca gratitud hacia él...como si estuviese peleado con el mundo hasta que cierto día
Paco le preguntó a su padre por qué se comportaba de esa manera con él, viviendo una vejez tranquila....a lo que Don Anselmo contestó:
- Hijo, por muy bien que puedan ir las cosas, siempre pueden cambiar a peor.... e incluso si todo va mal, todavía puede venir algún “hijoeputa” a intentar darte por culo.

¡¡Qué sabio era Don Anselmo!!




domingo, 16 de febrero de 2014

"EL PRETICANTE" (Lectura Online).- Capítulo VII




Cuando nuestro protagonista acertó a duras penas a encender la luz de la habitación, la imagen que apareció ante sus desconcertados ojos fue dantesca; Basilio había introducido sus afilados y huesudos dedos por dentro del pañal y había realizado un reparto "por aspersión" de sus heces por todo su alrededor.
Había fragmentos que colgaban del techo, como si fueran pequeñas estalactitas, que en un ligero vaivén parecían desafiar la ley de la gravedad y de camino amenazaban la cabeza del pobre y atribulado Paco.
En su pared, Basilio había decidido hacer un experimento pseudocubista....unas huellas de mano por aquí.....un pegotón por allá......incluso el más avezado crítico pictórico no dudaría en titular a la obra "Gorila con sombrero sobre la cornisa de un palomar, observando una otoñal puesta de sol bajo un nublado cielo, en actitud de incomodidad y hastío".
Las sábanas, mantas, colchón y almohada lucían un flamenco diseño "a lunares" a juego con el camisón del anciano, que no contento con este alarde de arte postmoderno, decidió igualmente teñir el sillón que tenía enfrente con la flamenca estampa. Basilio jugueteaba nervioso con la celulosa del pañal roto entre sus manos, mientras su mirada perdida y desubicada no conseguía posarse un segundo en un punto concreto, como si persiguiera moscas imaginarias en toda la habitación, moscas que por otra parte, se frotaban ansiosas las patas delanteras ante tamaño festín improvisado.

Paco Penas al contemplar este desastre, dio un paso atrás con la mala suerte de pisar una de las pastosas inmundicias que había distribuido estratégicamente Basilio por todos lados, haciéndole resbalar y perder el precario equilibrio en que nuestro febril protagonista se encontraba.
El aterrizaje de nalgas fue espectacular, y dejó a Paco inmóvil durante unos interminables segundos que parecieron eternos. Finalmente, aunque no sin dificultad, consiguió apoyarse en la cama para levantarse y llamar al timbre compulsivamente. Se abre la puerta y aparece una chica con pijama blanco.
- ¿Pero esto que es?
- Pues no lo ve, ¡¡mierda, pura mierda!!
La chica se lleva una mano a la frente, y la otra la coloca en jarras negando con la cabeza....
- Uyuyuyuy, Basiliooooooooo. Voy a pedir ayuda, porque esto va para largo. ¿Necesitas algo Francisco?
- Una toalla, jabón, y el alta médica si puede ser.
- Jajaja, qué gracioso es usted.

Mientras espera sentado en el sillón que queda limpio, Paco escucha a lo lejos la conversación del personal de la planta.
- Oye, ¿a que no te imaginas lo que ha hecho Basiliooooo?. Sí, el de la 305-1. No te lo vas a creer, ha puesto toda la habitación lleniiiiiiita de mierda....jajajaja. Vamos a tener que llamar a un celador y a la limpiadora, jiji, jojo...

Al cabo de un rato, toalla y jabón en mano, Paco se quita todos los restos frotando con ganas, mientras en la habitación una mini cuadrilla de pijamas blancos se encarga de asear a Basilio y retira la ropa de cama manchada.
Una limpiadora llega a la habitación, pegando gritos como si fuesen las doce de la mañana. Lleva unos auriculares conectados a una pequeña radio de bolsillo, y de vez en cuando se atreve a dar unos extraños pasos de baile que más bien parecen un híbrido de "Paquito el Chocolatero" con reminiscencias del ritual de apareamiento del oso pardo cántabro.
Paco no sabe si le irrita más el baile en cuestión, o la cara de concentración de la limpiadora totalmente convencida de que está ejecutando una pieza que ni el mismísimo Nureyev…
Al finalizar la grotesca danza, la limpiadora (fregona en mano) se le queda mirando sonriente como diciendo..."¿qué? te has quedao flipao con mi baile, ¿verdad?".
Paco se muerde el labio inferior, niega con la cabeza y mira hacia el suelo..."¿pero es que no hay nadie cuerdo en este puñetero hospital, por Dios?"...

Tras casi media hora de exquisito trabajo en equipo, el cuadro pseudocubista desaparece así como las amenazadoras estalactitas del techo, lo cual alegra a Paco, aunque no tanto como cuando ve desaparecer a la limpiadora camino de los ascensores. Basilio se ha quedado dormido con expresión angelical y parece que por fin dará tregua a nuestro protagonista.
Nada más lejos de la realidad. Cuando Paco se encuentra a punto de volver a dormirse, sus nervios olfativos le transmiten al cerebro lo que se estaba temiendo…más mierda.
Al encender la luz, comprueba que es de nuevo Basilio, aunque esta vez la deposición es líquida y ha vuelto a impregnar el pañal hasta hacerlo inservible, esparciéndose restos por la cama.
El olor es nauseabundo y Paco vuelve a tocar el timbre.
De nuevo una cuadrilla de pijamas blancos limpia a Basilio que se deja hacer sin oponer resistencia.
Una de las chicas con pijama, tras cuchichear algo al oído al resto de sus compañeros, se va y vuelve para recoger una muestra de las heces en un recipiente de plástico.
¿Qué se traerán entre manos?
A la mañana siguiente, la 305 es la viva imagen de un campo de batalla; al desorden normal de los continuos movimientos de mobiliario y ropa de cama, se añade la impregnación en el aire de un vomitivo olor que parece haberse quedado adherido a las paredes de la habitación y que no ha podido desprenderse a pesar de los esfuerzos del personal sanitario y de limpieza.

Es un olor que será difícil que desaparezca...

sábado, 8 de febrero de 2014

"EL PRETICANTE" (Lectura Online).- Capítulo VI





Como diría Sabina, la mañana acabó, y la tarde duró lo que tarda en llegar la noche. El "caos de los ascensores" fue decreciendo a medida que los familiares del "difunto frutero" fueron debidamente informados de que su querido y llorado Pepe, cual Lázaro del siglo XXI, "se levantaba y andaba". Aun así había quien empujaba tímidamente con su dedo índice el cuerpo del frutero, para comprobar que efectivamente se encontraba vivo. Por otra parte, en los pasillos de Medicina Interna tras el amago de rebelión y la aparición de los señores de verde y caqui (porra en mano), se instauró un toque de queda informal que invitaba al exceso de familiares a abandonar el Hospital, y a permanecer en silencio a los que decidieran quedarse.
El incidente del cuenco había sido arrinconado en una de las más oscuras y apartadas esquinas del olvido, y Paco Penas se disponía a afrontar una nueva noche de sobresaltos y experiencias desagradables.
Fue en ese preciso momento cuando un leve dolor de cabeza, precedido de escalofríos lo animó a llamar al personal de la planta.
Le tomaron la temperatura y, como era de esperar, apareció la fiebre.
Paco suspiró pensando que la maldita pesadilla en la que se había convertido su ingreso no tenía fin, y se metió en la cama buscando el consuelo de unas horas de sueño y tranquilidad que el destino le negaba sistemáticamente desde hacía ya casi 48 horas.
Apenas llevaba 15 minutos en posición fetal, tapado con su sábana y una manta hasta las orejas, cuando una mano tocó levemente su hombro.
- Francisco, vengo a sacarle sangre.
- Debe ser un error, ya me sacaron esta mañana, ¿no se acuerdan?
- Si, pero ahora es distinto, hay que sacarle unos hemocultivos.
-¿Unos qué?
- Hay que cultivar su sangre, para ver qué tipo de bicho le provoca la fiebre.
Paco imaginaba ya a varios señores de blanco, manejando azada y rastrillo y esperando que de su sangre germinaran tomates, alcachofas, lechugas o vaya usted a saber qué otro tipo de hortalizas y verduras.
No es que Paco fuera un ignorante redomado, más bien se debía a la confusión resultante de mezclar la falta de información con 39 grados de fiebre, cóctel explosivo a todas luces.
Nuestro protagonista puso el brazo, y sufrió de nuevo el "delicioso" sabor del acero en la carne, aunque en esta ocasión los famosos "tubitos" de colores se habían transformado en botellines de cristal que se llenaban, y llenaban, y llenaban… Cuando acabó la sangría, Paco se dio media vuelta e intentó conciliar el sueño de nuevo.
Media hora más tarde, de nuevo una mano se posa en el hombro.
- Francisco, que vengo a sacarte otro poquito de sangre...
- ¿Otra vez?
- Si, es que para cultivar la sangre hay que extraer una nueva muestra a la media hora de la primera, ¿sabes
No, lógicamente ni lo sabía ni le habían dicho nada. Pero como donde hay patrón no manda marinero, Paco pacientemente extendió el otro brazo y volvió a padecer una de las mayores torturas que pudieran hacerle sentir (es menester recordar su fobia a las agujas).Y nuevamente intentó buscar refugio en las profundidades de las sábanas y en el abrigo de su cama.
Basilio, al que su hija ya había dejado solo, empezaba a despertarse. Pero sus "antonias" habituales resultaban casi imperceptibles al febril oído de Paco y no suponían peligro para la búsqueda del sueño.
Lástima que el sueño de la fiebre sea a veces más estresante que la propia vigilia; Paco daba vueltas y vueltas en la cama, el dolor de cabeza iba en aumento y se reflejaba ya en cuello, hombros y espalda, por lo que el descanso se hacía imposible. De nuevo, alguien lo llama.
- Francisco.
La enfermera esta vez está con cara de circunstancias.
- ¿Qué pasa ahora?
- Verás...es que resulta que te han pautado un antibiótico y medicación para la fiebre, y tal...y nos hemos dado cuenta de que no tienes cogida una vía.
- ¿Una qué?
- Un gotero, Francisco, hay que ponerte un gotero.
- La madre que me parió...
Misma ceremonia...brazo alargado y aguja (esta vez más gruesa) acercándose lentamente hasta rozar la piel.
- Uich, estas venas están profundas....
Paco se pone nervioso, “podía haberse callado”, piensa.
Finalmente, hay suerte pues quiso Dios o la Divina Providencia que a pesar de su intensa fobia, sus brazos tuvieran buenos cauces sanguíneos, profundos, pero buenos…
Media vuelta en la cama, y a empezar de nuevo. El sueño febril se implanta en su cabeza y las pesadillas con sonidos extraños, imágenes etéreas y voces a lo lejos no hacen sino romper su tranquilidad y descanso, ya que Paco sólo acierta a moverse una y otra vez en la cama buscando una posición que le proporcione calma y sosiego. En esto que una voz lo despierta súbitamente
-¡¡ANTONIAAAAAAAAAAAAAAAAA!!
Paco instintivamente se pone en pie de un salto y todo está en penumbra
- ¡¡¡ANTONIAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!
Paco respira hondo y su cabeza, algo menos febril que antes, recuerda que Basilio está solo y que Antonia se fue a su casa hace unas horas. La llorosa forma de llamar a su hija, hace que Paco tenga un acceso de compasión por el anciano Basilio.
Se acerca a su cama, esperando unos segundos para que sus ojos se acostumbren a la oscuridad.
- ¿Qué le pasa, Basilio?
- La mano...
- ¿Qué le pasa en la mano?
- Dame...la mano...
Paco, aturdido por la súplica, alarga la mano en la oscuridad y se posa en la barandilla…
Palpa a golpecitos por encima de ella buscando la mano de Basilio y llega a tocar sus fríos dedos.
-Aquí está la mano...
Basilio se aferra con su mano a la de Paco y éste comprueba que la frialdad de los dedos se ha convertido en calor, un calor pegajoso, fluctuante, y con intenso olor a…
- ¡¡¡Mierdaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!! Efectivamente… mierda.

Y es que a Basilio le gustaba compartirlo todo.

martes, 4 de febrero de 2014

"EL PRETICANTE" (Lectura Online).- Capítulo V





No se podía decir que el ingreso de Paco Penas en Medicina Interna estuviese siendo precisamente un camino de rosas. En apenas 24 horas el lento transcurrir de las manillas del reloj le había regalado el generoso bagaje de un par de extracciones de sangre, una noche sin dormir, un cura con aspecto de médico, una limpiadora con enormes pulmones y un médico sin entrañas. Para colmo la llegada de Antonia, la hija de Basilio (su anciano y desquiciado vecino de cama) no hizo sino ahondar en su profunda angustia y desesperación ante el desconocimiento de su enfermedad y las posibles iniciativas a adoptar en pro de su curación.
Como es sabido que Dios aprieta pero no ahoga (aunque te deja bien jodido, todo sea dicho), la llegada de su esposa Pepi supuso un rayo de luz y esperanza en todo ese caos existencial. Pepi puso un poco de calma y orden en los pensamientos de Paco, que por fin abandonó sus impulsos homicidas y recuperó la sensatez que siempre acompañó a sus actos desde muy joven.
El almuerzo llegó, y Antonia despertó a Basilio que con extrema docilidad engullía como un pavo prenavideño una papilla mustia de aspecto grumoso y cuyo olor invitaba directamente a practicar el "lanzamiento de cuenco" (deporte olímpico en el Hospital Puerta de San Pedro de La Línea, al menos para muchos pacientes).
Y así fue como, ni corto ni perezoso, Basilio, ese hombre raquítico, enquencle, timorato y de escasa fuerza agarró con firmeza la mano de Antonia que portaba la cuchara, y con la otra asestó un golpe seco y certero a la base del cuenco.
Como el que observa la repetición de las jugadas más interesantes de un partido de fútbol, durante 2-
3 largos segundos, Paco observó como el cuenco comenzaba un vuelo ágil, girando sobre su propio eje una y otra vez, lentamente. Una parábola perfecta que impulsaba el cuenco cada vez más y más hacia el pobre Paco que estaba sentado en su cama viendo como el destino le deparaba otra sorpresa desagradable.
A medida que el cuenco se hacía más y más grande a su vista, Paco no podía hacer otra cosa que abrir más y más los ojos, a la vez que su mandíbula se descolgaba poco a poco...como queriendo iniciar una frase, siquiera una palabra que le sirviera de defensa ante el "ataque cuenquero" del que era objeto.
Finalmente el grácil vuelo del cuenco finalizó justo en la cabeza de Paco, que sentía como el espeso contenido se desparramaba lentamente por el pelo y caía por su frente hasta empapar toda su cara.
Silencio en la habitación…
La inevitable carcajada de los acompañantes del moribundo (que estaban ansiosos por tener una oportunidad como ésta para liberar tensiones) no sentó nada bien a Paco, que en otras circunstancias hubiera sido el primero en reírse, pues siempre fue persona de risa fácil y sin mucho sentido del ridículo.
- Uy, usted perdone, no sabe cuánto lo siento.
Antonia se acercó a Paco, kleenex en mano y empezó a frotar con fuerza, pero era tal su estado de nervios que no acertaba a retirar ni la más mínima muestra del engrudo, a lo cual la ira de Paco no hacía sino aumentar más y más.... Y Antonia, cada vez dándole más fuerte.... Paco que sabía que la piel tiene un límite y que éste estaba a punto de quebrarse producto de los arrastres que Antonia estaba llevando a cabo (sin mala fe), se puso en pie de un salto diciendo
- Basta, basta..déjeme…
La estampa era de Premio Pullitzer. Paco erguido en medio de la habitación con ese curioso sombrero de loza...colocado de medio lado, para que me entiendan, como si tuviese un sombrero cordobés. El sonido de las risas ahogadas por las manos que sellaban las bocas de los presentes no hacia sino irritar más y más a Paco.
A sus espaldas, tras un inicio de risa abortado por un siseo severo, uno de los acompañantes al compás de un “no puedo, no puedo, me voy para fuera” salía corriendo como alma que lleva el diablo hasta llegar fuera del pasillo, junto a los ascensores para dar rienda suelta a su carcajada más larga jamás recordada.
Paco permanecía petrificado en medio de la habitación y no acertaba a reaccionar. Hasta que Pepi, con mucha paciencia tomó una de sus manos, con la otra retiró el cuenco de su cabeza y finalmente lo acercó al cuarto de baño. Poco a poco el desfile de acompañantes hacia los ascensores fue creciendo hasta que las risas empezaron a ser perfectamente audibles en toda la tercera planta.
Comoquiera que la risa y el llanto son extremadamente parecidos en muchas ocasiones, daba la sensación de que alguien había pasado a mejor vida.
A esto hay que añadir el hecho de que la visita de la UCI (junto a Medicina Interna) estaba todavía entrando y saliendo, por lo que la escena de caos fue en aumento…
La visita de la UCI pensaba que alguien había muerto, y los que empezaban a quitarse la bata verde y los patucos volvían a calzarlos para (incomprensiblemente) volver a entrar para ver si el fallecido era su familiar (al que acababan de ver vivito y coleando hacía tan sólo dos minutos). Algún familiar de UCI de repente empezó a llorar y gritar.
- Ay, Pepe no, no...que es muy joven...
Y a su vez un familiar de éste al verlo llorar de esa manera también pensó que Pepe había fallecido. En cuestión de segundos y si haber dado tiempo a ningún tipo de comprobación previa, el tal Pepe que estaba ingresado en la UCI había fallecido.
- Ay, ay, ay, ay...mira que se lo dijeeeeeeeeee, que no se comiera aquella fuente de ensaladillaaaa, que tenía mu mala pintaaaaaa...ayyyyyyyyyyyy, Dios por quéééé…
Un señor enorme, no sólo de altura sino de talla de pantalón, mirando hacia el cielo y con los brazos en cruz, gritaba con voz grave:
- LLÉVAME A MÍÍÍÍÍÍÍIÍ...LLÉVAME A MÍÍÍÍÍÍÍ...
En Medicina Interna, los enfermeros y auxiliares salen al pasillo y se preguntan unos a otros qué ha pasado...”alguien que se ha muerto en la UCI”...rápidamente comienza en la planta la "Operación Tila", y se producen "en cadena" litros y litros de infusión que van circulando hacia fuera. Los pacientes y acompañantes de Medicina Interna se agolpan al principio del pasillo para cotillear un poco....alguno ya se da media vuelta diciendo....Pepe, el frutero, estaba mu malito, pobrecito”.

Mientras, Paco se ha aseado y con las dulces palabras de Pepi ha vuelto a calmarse y retorna a la cama.
Paco pregunta a Pepi.
-¿Qué pasa fuera?
- Parece que alguien de la UCI se ha muerto, dicen que estaba muy mal, que se había comido algo en mal estado y mira cómo ha acabado el pobre....al parecer estaba ahora vomitando sangre y echando espumarajos por la boca.
En esto que entra un señor que está en la 311 y se agrega a la conversación.
- Dicen que se le han salido los ojos....una enfermedad mu rara, sabe usté...
- Uy, por Dios, las cosas tan malas que hay por ahí. Alguien en el pasillo no tiene otra ocurrencia que
decir algo sobre la sospecha de que fuera por culpa de la famosa epidemia de gripe...y la cosa se desmadra.
La gente se agolpa en el mostrador de enfermería pidiendo mascarillas y batas por si las moscas, algunos aprovechan el tumulto para llevarse una caja de guantes (no se sabe bien por qué ni para qué) y los guardias de seguridad se ven obligados a poner orden en el pasillo.
Paco Penas se queda sentado mirando fijamente a Basilio que le devuelve la mirada esbozando una pícara sonrisa, como si supiera la que ha formado con el dichoso cuenco.
Y no contento con esto, Basilio llama a su hija…
- Antoniaaaaaaaaa...
- ¿Que quieres, papá?
-...¡¡¡tengo hambre!!!