viernes, 31 de enero de 2014

"EL PRETICANTE" (Lectura Online).- Capítulo IV




Nunca una noche había sido tan endiabladamente larga, al igual que jamás había sentido la necesidad imperiosa de estrangular con el cable del llamador del cabecero de la cama, a su desprotegido pero incansable vecino de al lado. La noche se volvió eterna para nuestro protagonista, que decidió quedarse ya sentado en el sillón a esperar las primeras luces del alba, mientras oía ya con resignada indiferencia la repetitiva cadencia de gritos que el anciano pregonaba. Y así fue como a las 7 de la mañana, el anciano cayó dormido al mismo tiempo que los primeros rayos de sol se reflejaban en la pared de la habitación.
La puerta se abre de nuevo, y una enfermera entra bandeja metálica en mano dando los buenos días.....
- ¿Buenos?
Paco respira hondo... al fin y al cabo ha sido una mala noche. No todas tienen por qué ser iguales. Paco estira el brazo. Toca una nueva tortura: extracción de sangre.
- Perdone la pregunta, señorita. Ayer en urgencias antes de subir a planta me sacaron sangre, ¿es necesario volver a sacarme sangre? No hace ni 24 horas desde que me lo hicieron.
- Bueno, el médico lo dejó pedido, así que.... 
Paco Penas ODIA las agujas, pero asume su nueva condición de enfermo de planta, cierra los ojos apretando los párpados y aguanta la respiración cuando siente la aguja perforando su piel. Tras la extracción, se tumba un rato en la cama...está deseando que venga ya el médico para poder saber qué tiene, cómo se cura y sobre todo, cuánto tiempo más le queda por estar en ese purgatorio de pijamas blancos. Paco cae en un profundo sueño del que es despertado por un enfermero que sin previo aviso le coloca una mascarilla en la cara diciéndole....
- Vamos a ponerle un rato la aerosolterapia, un rato.
 La mascarilla en cuestión desprende un humo y un olor infernal, al tiempo que el ruido que hace desvela el sueño que tenía. En ese momento es cuando Paco cae en la cuenta de que no tiene ni la menor idea de lo que han echado en la mascarilla ni para qué es, ni por qué se lo han puesto. Nadie se lo dijo.
No pasa nada, cuando pase el médico le pregunto”, piensa.
De repente en la puerta, un señor de bata blanca, pelo canoso, gafas y cara sonriente. Este debe ser el médico, tiene cara de buena persona. El sujeto en cuestión da dos pasos hacia dentro de la habitación, sonríe y dice...
- Buenos días, ¿ cómo están esta mañana?.
Por cortesía, los presentes (los que pueden, el moribundo lógicamente no) contestan "Bien".
- Ea, pues nada, hasta luego…¡¡Y adiós!!
Paco se queda con el dedo índice apuntando al techo, como cuando pedía la vez en clase de la Señorita Consuelo porque se sabía los afluentes del Guadiana. Esta vez se queda con la palabra en la boca, porque el señor de bata blanca ha salido disparado fuera de la habitación.
- Pero bueno,...¿y así te miran aquí los médicos? 
Una auxiliar que por casualidad se encontraba cogiendo ropa del carro para lavar al anciano dormilón le responde.
- ¿Ese? ese no es el médico, aunque pueda parecerlo...es el cura.
¿El cura? ¿y con una bata blanca?...Paco cada vez entiende menos. “Esto es un hospital de locos”.
Al menos aprenderá una valiosísima lección esa mañana: "el médico es el único personaje de bata blanca que nunca entrará en la habitación con una sonrisa en la cara". Buena manera de distinguirlos. Paco aprovecha (después del aseo y el desayuno) un momento de tranquilidad y se vuelve a meter en la cama para intentar dar una cabezadita....todo está en relativa calma, y la labor habitual del personal de planta no interfiere en sus ganas de dormir, por lo que vuelve a dejarse caer en el maravilloso universo de los sueños...y sueña que está en el campo con su esposa Pepi y sus hijos, aunque en el sueño los ve como cuando eran niños de 6 a 8 años. Corren, ríen, juegan,... Paquito se le acerca y le dice, “papá, llevo mucho tiempo pensando..¿te puedo hacer una pregunta? De repente, su hijo abre la boca para preguntarle y de su garganta no sale la voz angelical de un niño de 6 años, sino la voz de una señora de mediana edad…¡¡cantando un fandango!!
- "¡¡¡¡¡¡PORQUEEEE LE HABLÉÉÉÉÉÉ DE MI MAREEEEEE, MI MADRASTRA A MI ME PEGÓÓÓÓÓÓÓÓÓÓÓÓÓÓÓO.....!!!"
Paco se vuelve a despertar con el alma en vilo, entre jadeos y sudores fríos...ya no está en el campo, vuelve a estar en la cama del hospital...y justo en la habitación de enfrente, una limpiadora (fregona en mano) está cantándole un "fandango valiente" a unos enfermos, que la jalean y vitorean a pleno pulmón...la escena parece sacada de una película de David Lynch o de Woody Allen.
- ¿Pero es que no hay un maldito sitio en este hospital donde uno pueda dormir decentemente?
- "¡¡¡Y LLEGÓÓÓÓÓÓOÓÓ MI PARE Y SE ENTERÓÓÓÓÓÓÓÓÓÓ, ME ABRIÓÓÓÓ LA PUERTAAAAA Y ME ECHÓÓÓÓÓÓ A LA CALLEEEEEEEEE, SI NO LE HABLO DE MI MAREE, DE QUIEEEEEEEN, VOY A HABLARLE YOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!
Aplausos.
- ¡¡¡OLE!!¡¡¡OLE, GUAPA!!! ¡¡¡CANTA OTRO!! Paco se levanta de mala leche y cierra la puerta de
un brusco golpe. "Malage" se escucha desde fuera, pero a Paco le da igual. "Joe, la gente aquí, na más que quiere dormir".
Paco traga saliva y se muerde la lengua. Siempre fue un hombre prudente y jamás ha perdido los papeles..."con lo bonito que está el día, y ahí está echao en la cama”.
Se abre de nuevo la puerta. Un seco "Buenos días" dicho con la misma tonalidad y empeño que se dice "Que te den por culo”, vuelve a despertarlo.
Otro señor de bata blanca, fonendo colgado al cuello, y carpetas bajo el brazo acaba de "invitar" (con mala cara y peores pulgas) a los familiares para que se queden fuera. Parece que esta vez sí se trata del médico.
-¿Es usted el doctor?
El señor de bata blanca levanta la vista hacia Paco y lo mira como diciendo "este tío es gilipollas".
- Sí, soy yo. Soy el Dr. Carapalo.
- Ah, perfecto, es que quería preguntarle....
- No, no, no, espere, espere a que lea su historia.... 
Paco se queda callado mientras el Dr. Carapalo coge la carpeta con el 305-2 en la portada y empieza a pasar hojas, y hojas, y hojas.....la cara del médico es una mezcla de desidia, asco,....es la cara que ponemos cuando estamos recogiendo los excrementos del perro en la calle con un kleenex o con una bolsita de Mercadona.
- ¿Qué tengo Doctor?
El médico permanece en silencio, pasando las hojas de la historia clínica, como si no hubiese escuchado la pregunta de Paco. Tras largos segundos en los que parece que se puede cortar el aire con un cuchillo, el doctor responde sin mirar a la cara a nuestro protagonista.
- Hay que esperar las pruebas, pero parece una neumonía.
De esta frase no es la palabra "neumonía" la que acaba de asustar más a Paco, más bien es la palabra "parece" que denota la inseguridad en el diagnóstico.
- Hay que descartar cosas y para eso tenemos que hacer pruebas,...
-¿Y llevará eso mucho tiempo?
- Unos días.
Paco se deja caer a plomo en el sillón, mientras el médico sale de la habitación sin despedirse. Después de la infernal noche y el desesperante comienzo de la mañana, ¿qué más podría pasar para hacerle perder los nervios? Y justo en ese momento, Paco Penas escucha un susurro a su lado.
- Bueno días, soy Antonia la hija de Basilio, ¿sabe usted si ha pasado buena noche?

lunes, 27 de enero de 2014

"EL PRETICANTE" (Lectura Online).- Capítulo III









Paco Penas no pasa por su mejor momento, sin duda. Al ataque flagrante a su “yo” sufrido instantes antes, se une ese progresivo "acojonamiento" que crece conforme pasan las horas y las paredes del Hospital parecen cerrarse más y más en torno a su persona. Una vez que Paco (el "nuevo" 305-2) ha conseguido su pastillita "de la felicidad" parece que los problemas pueden empezar a tener solución; quizás una buena infusión de tila doble bien caliente, atempere sus nervios y le permita siquiera conciliar un dulce y reparador sueño. Pero Morfeo, que habita en todos y cada uno de los rincones de este planeta, por desgracia.....no ha pisado en su puñetera vida Medicina Interna ni el Hospital Puerta de San Pedro de La Línea.
Cuando Paco reposa tranquilo y parece entrar en ese duermevela que precede al sueño profundo, una vocecilla lejana agita su frágil consciencia.... "Antoniaaaaaaaaaaaaaaaa...."....dice la voz.
Paco se da media vuelta pensando que se trata de un mal sueño, y por unos segundos así parece... "Antoniaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa"...la voz ha aumentado ligeramente de potencia…abre un ojo pero se resiste a despertar del todo...pasan los segundos...silencio sepulcral...el ojo abierto de Paco vuelve a ir cediendo al cansancio del ajetreado día...todo vuelve a la paz y la normalidad...
- ¡¡ANTONIAAAAAAAAAAAAAAAA!!
Paco da un brinco que casi le hace caer de la cama, y siente como el corazón se le sube a la boca mientras los latidos martillean sin piedad su cabeza. El anciano desquiciado de la cama de al lado comienza a hacer una demostración palpable de que "la fuerza y resistencia del grito es directamente proporcional al producto de la edad y número de patologías del paciente, e inversamente proporcional al cuadrado de las benzodiacepinas pautadas" (Teoría de la Pérdida de Olla, pendiente de demostración científica aunque real como la vida misma).
- ¡¡ANTONIAAAAAAAAAAAAAAAA!!
- ¡¡ANTONIAAAAAAAAAAAAAAAA!!
- ¡¡ANTONIAAAAAAAAAAAAAAAA!!
Paco se pone en pie nervioso, y apenas acierta a introducir sus pies en las zapatillas que su esposa le trajo de casa...de hecho consigue ponerse una bien, mientras la otra baila peligrosamente en su dedo pulgar.
- ¡¡ANTONIAAAAAAAAAAAAAAAA!!
- Pero por Dios bendito, ¡¡de dónde saca esa fuerza este hombre!! (balbucea Paco, a la vez que se abalanza torpemente al llamador y pulsa el timbre para avisar al personal de planta....)
El timbre suena una vez, dos veces, tres veces,...a la cuarta parece que alguien apaga la llamada. La puerta se abre y una chica con pijama blanco le pregunta.....
- ¿Qué pasa?.....
- Cómo que qué pasa...
- Ha llamado usted al timbre, ¿no?....
- Claro, ¿no lo escucha?.........
- ¡¡ANTONIAAAAAAAAAAAAAA!!
- Ahhh, está llamando a Antonia...
- Sí, sí, eso está clarísimo, no hace falta que me lo diga, ya soy capaz de escucharlo yo solito sin ayuda...
- Es que Antonia es su hija.
- Como si es la Ministra de Fomento, oiga.
- Normalmente sólo viene por las mañanas, y lo dejan solo la tarde y la noche.
-¿Pero así? ¿en ese estado? ¿dando voces?... -La enfermera se encoge de hombros-
- En esta planta es lo habitual, pero no se preocupe que vamos a ver si se le puede dar "algo" para calmarlo.
Paco Penas, despeinado, ojeroso y con los nervios a flor de piel se sienta en su sillón y se coloca bien la zapatilla que le bailaba. Pasan los minutos, y aproximadamente doce "Antonias" más tarde (nueva unidad de medida del tiempo a partir de esa noche) la enfermera vuelve con una jeringuilla fina y un algodón.
- Es que su médico no le había pautado nada en su tratamiento, y he tenido que llamar al Internista de Guardia.
Internista de Guardia....tres palabras fatídicas que perseguirían a nuestro protagonista en sucesivas jornadas.
Tras unos minutos eternos (perdón, unas 35-40 "Antonias" más tarde), parece que el anciano cae rendido por el milagroso fármaco administrado...Paco mira su reloj...las 3 de la mañana.
- Voy a intentar dar una cabezadita que mañana me tienen que sacar sangre temprano- piensa mientras se levanta de su sillón y se dirige con parsimonia a la cama.
En la oscuridad de la noche, todo vuelve a la más absoluta normalidad; el silencio inunda el pasillo del hospital que solo se ve alterado por la lejana conversación de los enfermeros y auxiliar del turno de noche y por el leve cimbrear del viento que golpea la ventana.
Todo vuelve a su cauce y Paco consigue conciliar un sueño profundo...sueña que está en casa, viendo el partido de la Copa de Europa con una hermosa y fría cerveza en la mano y un bocata de lomo bien calentito en la otra...El R.Madrid ataca y encierra en su área al Milán...Figo centra un balón preciso a la cabeza de Raúl que está solo en el área y cabecea con fuerza... el portero está batido y el balón vuela hacia la portería... y de repente...
- ¡¡ANTONIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!

miércoles, 22 de enero de 2014

"EL PRETICANTE" (Lectura Online).- Capítulo II



«El viejo citroen zx verde de Paco, conducido velozmente por su esposa Pepi, cruzó la Avenida Príncipe de Asturias de La Línea de la Concepción en dirección al Peñón de Gibraltar como una exhalación.
Era de madrugada y apenas había transeúntes por las calles de aquel noviembre plomizo y húmedo, así que no tuvieron mucha dificultad en llegar hasta las puertas de Urgencias del viejo Hospital Puerta de San Pedro en pocos minutos.
Paco llevaba varios días arrastrando un proceso febril acompañado de tos y dolor en el pecho que no había remitido con los antigripales habituales que tenía en el botiquín de su casa; por otra parte su médico de cabecera se encontraba de baja por enfermedad, y como Paco no se fiaba lo más mínimo del joven y barbilampiño sustituto que la Seguridad Social había puesto en su lugar, no dudó en acercarse al centro sanitario que gozaba de su completa confianza, uno de los hospitales de la ciudad, para intentar averiguar el motivo de su dolencia.
Paco Penas, hombre maduro curtido en la Refinería, se enfrentaba a su primera crisis de salud importante. Apenas recordaba unas anginas siendo muy joven y algún resfriado sin importancia, de esos que se curan espontáneamente con una par de pastillas, y una taza de leche bien caliente…o con un carajillo a las 7 de la mañana.
Pero esto le parecía más serio, de ahí su preocupación y su determinación en acudir al Hospital a pesar de su profunda fobia a las batas blancas.
Nada más llegar a Urgencias, un celador recoge a Paco en la misma puerta del coche con una silla de ruedas y lo introduce a través de un estrecho pasillo hasta la sala de espera, donde se hacinan casi un centenar de personas.
La sala es un hervidero de males, una amalgama de sentimientos, miserias, miedos y desesperación por los minutos y horas de espera. Conforme pasa el tiempo, Paco Penas va sintiendo los mismos síntomas que el resto de pacientes. Siempre fue algo hipocondriaco, así que intentó no dar importancia a sus dudas, respiró hondo y echó hacia atrás la cabeza mientras cerraba los ojos buscando unos minutos de relajación, si es que aquello era posible en aquel corral humano.
Al cabo de un cuarto de hora, aproximadamente, una voz masculina, profunda y autoritaria resuena en la sala, llamándolo a pasar en el cuarto de triaje.
¡¡FRANCISCO PENAS CRUZ!! ¡¡PASE!!
Paco se levantó pausadamente, ya que su estado febril no le permitía muchas alegrías. Su inseparable Pepi, siempre atenta, abre y cierra la puerta del cuarto de triaje con suma delicadeza. Paco, se adelanta un poco y haciendo el tímido intento de estrechar la mano de su interlocutor, dice:
Buenas noch…
¡¡SIENTESE!!
Paco esconde la mano con cierta vergüenza y obedece sin rechistar al enfermero que lo atiende, que continua haciendo gala de una portentosa voz grave que resuena cada vez que articula la más mínima palabra.
¿Qué le pasa?
Verá usted. Llevo unos días con malestar general, fiebre muy alta y algo de dolor en el pecho, así que se lo comenté a mi mujer y decidimos venir a…
¡¡¿Ha ido usted a su médico de cabecera?!! ¡¡¿eh?!!¡¡¿eh?!!
Pues mire precisamente…
¡¡Es que como usted comprenderá, si aquí empezamos a atender todo lo que tendría que ser atendido en su Centro de Salud, no hay manera!!
Ya, si no le digo que no, yo comprendo lo que usted…
¡¡No, no…usted no comprende nada, usted no comprende una miiiiieeeeerdaa!! ¡¡siempre estamos con lo mismo!! ¿sabe usted cuánta gente ha pasado por aquí en lo que llevamos de tarde? ¿eh? ¡¡¿eeeh?!! Pues un güevo de gente…y con usted, un güevo más uno, ¿me entiende? ¿¿eh??

Que sí, que le entiendo perfectamente, señor….pero…
¡¡PORQUE EN UN CENTRO DE SALUD TAMBIEN COBRAN!! ¿¿EH?? Y TRABAJAN LA MITAD QUE YO, ¿¿EH?? Y ASI DA GUSTO TRABAJAR Y PONER LA MANO A FINAL DE MES, TOCÁNDOSE LAS PELOTAS. PERO EN ESTE PUTO HOSPITAL NOSOTROS SOMOS UNA MIIIIIIIIEEEEEEERDA. ¿¿EH??.

Paco siempre fue una persona prudente y educada, así que no se toma el comentario como algo personal, y piensa bien las palabras antes de pronunciarlas, mientras el enfermero va tomándole la tensión arterial y mide la temperatura.
Y ahora me dirá usted que esto que le cuento no es problema suyo, ¿¿eh??
Pues mire, no lo estaba pensando, pero la verdad es que no es problema mío.
¿VE? ¿¿¡¡¡¡VEEEEE!!!??, NO ES PROBLEMA DE NADIE, PERO AL FINAL EL MARRÓN SE LO COME EL MIIIIIIIIIIIEEEEEERDA ENFERMERO DEL TRIAJE.
Y MIENTRAS EL DEL CENTRO DE SALUD TOCÁNDOSE LOS COJONES…¡¡POR FAVOOOR, QUE HAY QUE IR AL CENTRO DE SALUD!! ¿¿EH??
Ya lo he hecho, y me han mandado desde allí.
El enfermero se queda en silencio con cara de «tierra trágame» y casi sin mover un músculo sólo acierta a decir:
Ah…espérese ahí fuera que lo llamarán de la consulta 3.
La puerta del cuarto de triaje se cierra a espaldas de Paco, y vuelve a sumergirse entre la multitud de quejosas personas que aguardan su turno sentados en los rígidos asientos de plástico.
Poco después Paco comprueba que la actitud del «enfermero de triaje» es idéntica con todo el mundo. Sin duda algo perturba el carácter de este hombre, que incluso se comporta de igual manera con sus propios compañeros. Con su templanza habitual, disculpa la actitud del enfermero pensando que «aquí tienen mucho trabajo y habrá tenido un mal día. Todos tenemos derecho a tenerlo».

Al cabo de una hora y media, a Paco lo recibe un médico de espeso bigote en la consulta 3, que casi sin apartar la vista de los documentos que descansan sobre su mesa, comienza a rellenar papeles antes siquiera de intercambiar las primeras palabras con nuestro protagonista.
Paco explica con todo lujo de detalles sus últimas 48 horas, sin dejarse en el tintero ningún síntoma o reacción extraña que haya experimentado su recio organismo. Mientras, el doctor escribe, y escribe, y escribe….
Hay que hacerle pruebas es lo único que dice el doctor a Paco mirándole a los ojos.
Una enfermera acude a la llamada del doctor, y tras pedirle el brazo a Paco, le extrae unos cuantos tubos de sangres; poco después un celador lo conduce a una sala donde le hacen una radiografía de tórax.
¿Y ahora qué? pregunta al celador.
Tranquilidad y paciencia. Quédese en la Sala de Espera que ahora le llaman.
Tres horas más tarde, y tras una nueva consulta con el doctor bigotudo, se decide su hospitalización en el centro para averiguar el origen del proceso febril que le afecta.
Era una mala época para ponerse enfermo. Los rumores de una epidemia de gripe catastrófica llenaban hojas y hojas de periódicos de tirada nacional…cualquier caso de afección respiratoria, era tomada con suma cautela por el estamento médico. Así que se decidió el ingreso sin pasar por la Sala de Observación, directamente en Medicina Interna, situada en la tercera planta del Hospital. Nuestro infeliz paciente se encontraba en medio de un pasillo, donde había sido conducido de muy mala gana (y no de muy mejores maneras) por otro celador que tardó más de una hora en subirlo a la planta desde que Paco sabía de su “inminente” ingreso.
Paco Penas ya había escuchado hablar montones de veces del alto nivel de "prestancia", "diligencia" y "ganas de trabajo" del colectivo celador del hospital, así que no le pareció rara la espera. Una vez que llega a la planta, es invitado a ocupar una de las camas de las tres que componen su habitación, la 305 teniendo la mala suerte de corresponderle la de en medio.
Con mucha discreción, Paco pregunta a la enfermera de planta:
Disculpe, señorita. Me había comentado el doctor que me atendió en urgencias que podría tener la gripe esa tan famosa que hablan los telediarios…y me extraña que me pongan en la misma habitación con dos abuelos…no quiero contagiarles nada, ¿comprende?
No se preocupe, Francisco. Hemos hablado con el internista y nos ha dicho que no cree que sea la gripe. Quédese tranquilo.
Paco Penas, comprueba minutos más tarde que su ingreso será tan penoso como larga promete ser la noche: cuando mira a su izquierda descubre a un anciano completamente desquiciado, dando voces y golpes al aire, y sin un familiar que lo acompañe y lo calme.
A su derecha, otro anciano pero en muy mal estado. Tanto que (aunque el pobre hombre apenas tiene ya fuerzas para siquiera quejarse) se ve rodeado por media docena de familiares que lo velan en vida. Ante este panorama, Paco prefiere pasarse las horas pasillo arriba, pasillo abajo, dándole vueltas a la cabeza sobre «qué demonios tiene» y lo que es más importante... «¿tiene cura?».

La primera gran decepción de Paco Penas se produce a las 4 horas de su ingreso, cuando ya de noche, se acerca al mostrador de enfermería para solicitar «una pastillita o algo para poder dormir».
En ese momento alguien le pregunta...
¿Cuál es su habitación?
Hasta ese momento no había reparado en el número de habitación, lógico.....los nervios del ingreso, las prisas,.....
Sí, es la…305 o 315…no estoy seguro.
No, aquí no hay 315, debe ser la 305. Supongo que la cama de en medio, la del ingreso…usted es el 305-2…ahora le llevo algo para dormir.

La fatídica frase “usted es el 305-2”, sienta como una bofetada a Paco, que observa cómo su dignidad y su identidad sufren un importante revés. Ha dejado de ser Paco, para convertirse en el 305-2. Como si fuera un recluso más en una galería cualquiera de alguna anónima prisión.

miércoles, 15 de enero de 2014

"EL PRETICANTE" (Lectura Online).- Capítulo I



La mañana se presentaba cargada de trabajo en la Unidad de Medicina Interna. El personal de la planta recorría con prisas el largo pasillo y de forma frenética acudía habitación por habitación a las continuas demandas de los pacientes ingresados, que pulsaban de forma inmisericorde el timbre de llamada al control de enfermería.
Auxiliares y enfermeros se cruzaban constantemente sin apenas dar tiempo a intercambiar unas palabras, y las idas y venidas de unos y otros se convirtieron en la imagen habitual de aquella mañana que, por otra parte, tampoco se salía de lo común.
En la zona reservada del control de enfermería, unos estudiantes de tercer curso bromean entre ellos mientras observan el trabajo a destajo de las enfermeras de planta.
La que nos espera dentro de unos meses, cuando nos den el título comenta uno mientras señala con la mirada a una enfermera, despeinada, sudorosa, y con una bandeja metálica en las manos con utensilios para alguna técnica enfermera.
Teníamos que haber estudiado algo de más provecho… Imagen y Sonido, Telecomunicaciones, Informática… apunta uno de ellos.
Rosa (la enfermera) apoya sus manos sobre la mesa, toma un poco de aire y con ironía se dirige a los estudiantes.
Si queréis podéis echarnos una mano…hay mucho trabajo que hacer hoy.
Uno de los estudiantes, el que lleva la voz cantante, es un muchacho espigado, pelo corto y diminutas gafas metálicas, con aire soberbio y orgulloso. A la vista de la invitación de la enfermera, no duda en dar un paso al frente y responder.
Yo no voy a hacer más electros, ni voy a tomar más tensiones. Estamos en el último año de estudios y queremos hacer cosas más complicadas.
La enfermería lo abarca todo, lo fácil y lo difícil…y dentro de pocos meses seréis enfermeros titulados y trabajaréis con nosotros en las mismas condiciones que estamos responde Rosay no tendréis más remedio que tomar tensiones y sacar todo el trabajo adelante, incluso aquello que no os gusta.

Las tensiones, y «ese tipo de cosas» son para los alumnos de primero o de segundo. Son cosas de ATS y «preticantes» puntualiza el alumno con la aprobación de sus compañeros que le ríen la broma.
En ese momento, Carlos, otro enfermero de la unidad entra en el cuarto y tras escuchar el último comentario, se retira los guantes de látex y comenta en voz alta.

Preticantes, ATS, «pinchaculos»…mira, chaval…si tú estás ahora mismo aquí con ese pijama blanco y esa tarjeta identificativa de la Universidad es gracias a montones de enfermeros que durante años hicieron este trabajo, en principio sin titulación académica, y luego con estudios no universitarios.
»Me importa un huevo que seas un hacha elaborando planes de cuidados y manejando las tecnologías más vanguardistas de nuestra profesión, que lo dudo…lo que importa es que tratamos con personas, nuestra labor es cuidarles y darles una atención digna. Y eso ya lo hacían los «preticantes» antes de que tú fueras un «proyecto» de vida en el útero de tu madre. ¿Tienes idea de lo que va la Enfermería?...ah, no…..ahora no os dan esas cosas en la Escuela. La Enfermería es adaptarte a lo que hay, a los recursos que están a tu alcance con un único objetivo: dar confort al paciente. Y eso lo hacían los “preticantes” hace muchísimos años, con menos medios de los que tú y yo disponemos ahora.

Los chicos bajaron la cabeza y permanecieron en silencio, mientras el enfermero anotaba algo en un trozo de papel, y lo guardaba en su bolsillo. Consciente de lo tenso de la situación, se gira hacia los alumnos y sonriendo les dice…

Os voy a contar una historia de «preticantes», de lo difícil que es ser enfermero en el día a día…
¿Habéis oído hablar de Paco Penas?

Los muchachos se miran entre ellos dubitativamente, como si fuera parte de un examen oral de la Universidad, y finalmente niegan con la cabeza.
Me lo imaginaba.
Rosa se acerca al grupo de alumnos y les comenta:
Merece la pena que perdáis media hora en escucharle, además…ya casi todo lo que había que hacer está hecho. Venga…coged unas sillas y poneos cómodos.
Carlos cogió también una silla, se situó frente a los chicos, y comenzó su relato.

Paco Penas fue un paciente que tuvimos ingresado aquí hace unos años. Esta historia me la contó un enfermero de los antiguos…como decís vosotros: un «preticante»

sábado, 11 de enero de 2014

"EL PRETICANTE" (Lectura Online).- Notas del Autor

              
                                           NOTAS DEL AUTOR

Es imprescindible para entender esta narración, conocer cuál fue la semilla de la que ha germinado esta historia.
Un 12 de junio de 2008, me decido a publicar un blog dedicado a la enfermería. Pero no quería centrarme en el aspecto más científico y divulgativo de mi profesión, ni pretendía ser un mero transmisor de noticias relacionadas con la labor enfermera.
El nivel de frustración profesional entre mis colegas, el estrés, la sobrecarga de trabajo, amenazas y agresiones, y sobre todo la falta de respeto de una parte importante de nuestra sociedad hacia nuestra labor, me decidió a mostrar en el blog en qué condiciones se trabaja en la mayoría de centros sanitarios. Mi primera intención fue dignificar mi profesión, por tanto.
Mi segunda intención era un poco más soterrada y, si me permiten, más maquiavélica.
Pretendía poner a mis colegas frente al espejo, mostrarles nuestras miserias, nuestros vicios y malos comportamientos…no todos los males de la sanidad provienen de los usuarios, ni mucho menos. Gran parte de responsabilidad de estos problemas radica en nuestro propio gremio, y es necesario que sepamos identificar dónde fallamos para poder mejorar la calidad de nuestra asistencia en el futuro.
Con estas dos premisas nace el blog El “Preticante” (forma coloquial andaluza de decir Practicante), y para conjugar ambos objetivos pensé que lo mejor era contar una historia.
Una historia ficticia pero basada en hechos reales, con multitud de anécdotas que hemos vivido, aunque en muchos casos rayando la exageración propia de mi tierra, sin la cual el “espíritu” del blog no sería el mismo.
Huelga decir que todos los personajes que aparecen en esta historia son igualmente ficticios, y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia, o producto de una retorcida imaginación enfermiza.
El Hospital Puerta de San Pedro, donde se desarrolla la novela, no existe.
No pierdan esfuerzos buscándolo en internet o en guías de viaje. Tan sólo existe un hospital en La Línea donde tengo el gusto de trabajar con compañeros extraordinarios en una unidad de Medicina Interna donde somos una gran familia. Con nuestras discusiones, tiras y aflojas, momentos de risas y lamentos… pero familia al fin y al cabo.
Me anticipo a aquellos que puedan sentirse molestos con la forma de hablar de algún personaje, pidiendo disculpas si alguien se siente ofendido, aunque como buen andaluz que me considero, soy el primero en reírme de mi propio habla y no renuncio a la riqueza de mi dialecto. Por eso no me avergüenzo de escribir “en andaluz”, porque yo soy el primero que habla así (y con gran orgullo, por cierto).
En todo caso, del primero que me río es de mi mismo, que acostumbro a emplear algunas de esas expresiones, e incluso seseo y ceceo a discreción y sin complejos.
También me consta que en determinados estamentos sanitarios el blog ha levantado no pocas ampollas.
Les pido que miren El “Preticante” con otros ojos, no se queden sólo con su parte ácida y crítica.
Sé que no le agrada a nadie que le señalen sus fallos, pero no hay otra manera de subsanarlos en el futuro, si es que hay voluntad para ello.
Hace casi dos años, cuando dos compañeros de Medicina Interna me animaron a “novelar” la historia que estaba escribiendo en el blog, no podía ni imaginar lo problemático que iba a ser. Y es que no es lo mismo escribir por “entradas” o “posts” que escribir un libro. Pero debo reconocer que sin la inspiración de ambos y su fe en este proyecto, difícilmente me hubiera embarcado en esta empresa. También a los dos debo el “virus” que me han inoculado desde hace años con el complicado universo de la Blogosfera Sanitaria. Sin ellos, no existiría El “Preticante”, no tengo la menor duda.
Mi eterno agradecimiento al resto de compañeros de Medicina Interna que han inspirado muchos pasajes de esta historia, y de los que me siento orgulloso de llamarme compañero y, en algunos casos, amigo.
Hago extensible este agradecimiento a todos los compañeros del resto del hospital, en especial aquellos que comparten conmigo cientos de kilómetros de carretera a la semana y cuya compañía hace el camino más ameno. Sería injusto nombrar a alguno, porque son muchos y muy valiosos para mí tanto en lo profesional como en lo personal.
Y por supuesto, mi infinito agradecimiento a todos los que han apoyado esta idea desde el principio.
A los que alguna vez han visitado el Blog y se han sentido parte de la historia.
Para mí es un orgullo saber que he podido provocar algunas risas o que he contribuido a que una mala noche de guardia en el hospital, fuera menos mala por unos minutos.
Ver El “Preticante” hecho novela es un sueño que quiero compartir con todos vosotros.
Muchísimas gracias a todos.


                                                                Alberto Puyana.

domingo, 5 de enero de 2014

"EL PRETICANTE" (Lectura Online).- Prólogo de Lola Montalvo



                                                     "EL PRETICANTE" 
              Novela Finalista del V Premio de Creación Literaria Bubok 2013


                                                          PRÓLOGO

A pocos les gusta entrar en un hospital. Ni como pacientes ni como acompañantes. Y muchas visitas entran en sus recintos a regañadientes, casi a punta de látigo, el que les impone el deber social, por aquello de visitar al enfermo, por el qué dirán, por eso tan manido de «que no sea yo el que falte»… Bueno, pero ese es otro tema.
Entre sus manos, querido lector, tiene un libro que trata de hospitales, de enfermeras, médicos y auxiliares, de celadores, personal de limpieza, de seguridad, administrativos… y, en definitiva, de todo el batiburrillo de profesiones que hacen funcionar el complicado engranaje de un hospital, curiosa factoría de producción cuyos insumos son los pacientes y cuyo producto esperado es el mismo paciente perfectamente recuperado y listo para funcionar en la calle, en su casa, en su barrio, en su trabajo. Aunque, como es bien sabido y supongo que todos pueden comprender, esto no siempre es posible. Algunos salen igual de enfermos que entraron. Otros, peor; otros, mucho peor y otros…
Como hecho sobradamente conocido, es por ello que a todas las personas de bien los hospitales les resultan lugares tenebrosos —aunque estén pletóricos de luz—, agobiantes —aunque sus espacios cada vez son más diáfanos—, malolientes —por mucho que los detergentes, antisépticos y desinfectantes sean los ambientadores más comunes— o amenazantes —por mucho que las gentes que allí laboran la única meta que persigan sea recuperar la salud del que la ha perdido y proporcionar cuidados profesionales a los que sufren—. Sí, la mayor parte de las personas huyen de los hospitales como de la peste y de los impuestos. Y, si hemos de ser sinceros, no podemos negarles su parte de razón. Los hospitales son lugares de sufrimiento presupuesto.
Es esta la historia, en definitiva, de un hospital. Con su enfermeras, sus médicos y auxiliares; sus celadores, administrativos, personal de limpieza, pinches… Pero no es un hospital cualquiera.
Su ubicación en un pueblecito de la costa gaditana le hace único. Sus pacientes, le hacen único. ¿Todos sus pacientes? No, en realidad dos de ellos destacan entre sus asiduos dolientes.
Conocerán en estas páginas a Paco Penas y el Chori. Dos opuestos. Ying y Yang. Negro y Blanco. Desgracia y Suerte, en coloquial, potra…
En el devenir contrapuesto de estos dos personajes conoceremos el funcionamiento de un hospital en todos sus elementos más básicos y en los más complejos, por qué no. Entenderemos la desidia y el afán de labor de sus trabajadores, que de todo hay; entenderemos la profesionalidad de sus sanitarios y el «ente» básico en una planta de Medicina Interna por antonomasia: el timbre. Ese gran desconocido.
Desgranando esta historia y los aconteceres de sus protagonistas, veremos cómo se puede novelar sobre hospitales derrochando humor inteligente e ironía, con su aquél de crítica, parida con no poco dolor por quién conoce el terreno de primera mano, su autor, Alberto Puyana, experimentado y avezado enfermero que ha recorrido los pasillos de esa u otra planta de Medicina Interna durante años. De su mano nos veremos sumergidos en una hilarante historia cuyo objetivo es divertir, entretener y, por qué no, criticar desde dentro los tópicos, todos y cada uno, que abarrotan la imagen que la gente de a pie tiene de nuestros hospitales. Unos ciertos, otros casi.
Les dejo ya en sus manos, manos profesionales y expertas, que no les defraudarán, en absoluto. Pero eso sí, me gustaría destacar un detalle que, estoy completamente segura, no les dejará indiferente. Sus personajes, sobre todo El Chori, desgranan una lengua autóctona, rica y versátil, llena de metáforas y simbología a raudales: el andalú de Cai. La riqueza semántica de esta lengua, el andaluz, que muchos se niegan a reconocer como tal, les llenarán los sentidos con su elevada prosa. Divertida, ocurrente. Fascinante.
Disfruten de esta magnífica historia. Lean y rían. Cuando terminen, se darán cuenta de que una interesante metamorfosis se ha generado en su espíritu. Y no volverán a ver los hospitales con los mismos ojos. Estoy segura de ello.


                                                                   Lola Montalvo, escritora.