martes, 25 de febrero de 2014

"EL PRETICANTE" (Lectura Online).- Capítulo IX




Preocupado no solamente por la integridad de su cuerpo (en concreto de su esfínter anal) sino también por la integridad de su ego personal y su masculinidad (Paco Penas era de los que decía "por ahí, ni el bigote de una gamba."), nuestro protagonista afronta con desánimo el resto del largo y monótono día deseando un golpe de suerte, un ligero hálito de confianza, optimismo y convicción de que todo va a salir bien.
Y no resulta fácil, no. Y mucho menos cuando, tan sólo dos horas después de que le comuniquen la "buena nueva" de que le van a meter más de medio metro de cable por el culo, el compañero terminal que ocupaba una de las camas de su habitación, fallece después de más de cinco días de brutal agonía.
Al dolor típico familiar, se une un Basilio ensimismado por lo que ve al otro lado de la habitación, donde una nueva cuadrilla de pijamas blancos se dedica a retirar los tubos y sondas del difunto, amortajándolo y metiéndolo luego en una bolsa de cremallera como las que aparecen en series policiacas de televisión, pero de color blanco.
Quizás el anciano Basilio observaba con atención lo que el futuro le deparaba, mejor dicho, lo que nos depara a todos nosotros.
Paco decide salir a pasear por la zona de los ascensores para eliminar tensiones. Se sienta, apoya los codos sobre las rodillas y juguetea con la punta de sus pies dejando pasar el tiempo. Esa sensación, la del paso del tiempo sin que suceda nada, lo está matando. Después de varios días de ingreso, a Paco le parece como si sólo se hubieran aprovechado cuatro o cinco horas de su estancia, y el resto simplemente hubiera sido "arena que se lleva el viento".
Al poco llegan unos celadores para llevarse el cadáver. Se cierran las puertas de las habitaciones, y uno de ellos (al parecer, con pequeño problema auditivo) se le escucha "berrear" dentro de la 305.
- Po yo no sé dónde está el de refuerzo, pero vamos que esto ya lo hablaré yo....porque no puede ser".
Al rato no se sabe por qué tipo de cuestión, este celador se va hacia el control de enfermería y pregunta a los compañeros...
- ¿Me puedo llevar un cartón de leche? Es que abajo no tenemos...
- Chiquillo, que todavía no os habéis llevado al muerto, ¿vas a pedirme ahora leche?
- Estamos esperando a que nos llame el jefe.
- ¿Para qué?
- Para protestar porque no hay refuerzo.
- ¿Y no se puede protestar cuando dejéis al difunto en el mortuorio?
- Ummmm…no.

Dicho esto, el celador en cuestión se sienta en uno de los ortopédicos sillones del control, y se cruza de brazos.
- Entonces... ¿me puedo llevar la leche?
- ¡¡Que sí, coñooooo, que sí, llévatelaaaaa!!
El celador coge un tetrabrick de leche y se va del estar de enfermería.
Dos minutos más tarde, suena el teléfono y desde el otro lado de la línea alguien pregunta por este celador. Enfermeros y auxiliares lo buscan, pero no lo encuentran.
- Mira, lo mismo se ha bajado un cartón de leche y ahora sube.
- Joder, es que me ha llamado…
- Bueno, pues cuando suba le decimos que te llame él a ti.
- Vale, no os olvidéis…

Todas las habitaciones permanecen cerradas, menos la 305 donde un cadáver metido en una bolsa y un puñado de llorosos e inconsolables familiares, esperan a bajar al mortuorio. Han pasado casi 30 minutos desde el deceso, y el cuerpo del difunto empieza enfriarse mientras el celador no da señales de vida.
Una enfermera, algo alterada, lo llama por teléfono.

Cinco minutos más tarde, aparece por el ascensor frente a Paco, con las manos a la altura de las rodillas y dando zancadas largas y lentas, como si llevara una invisible mochila cargada con 30 kg de peso a sus espaldas.
Enfermeros y auxiliares le hacen señas para que se dé prisa, unos señalándose la muñeca con el dedo índice, como indicando la hora; otros, directamente se llevan la mano a la altura de los genitales, y hacen un leve movimiento oscilatorio de arriba a abajo en lo que internacionalmente se conoce como signo de "colega, espabila, que te pesan".
A pesar de las indicaciones, la marcha del celador no aumenta de ritmo. Cuando llega al mostrador, pregunta si le han llamado. Ante la respuesta afirmativa, el celador coge el teléfono y llama...
- Chiquillo, el difunto...
- Es un momento, na más…

Tras un largo minuto, donde parece que el que está en la Centralita ha ido a tomarse un café, ha comprado el periódico, y (de paso) ha hecho medio crucigrama, el celador consigue hablar con su jefe....los compañeros sólo escuchan una parte de la conversación.

- Soy yo, mira...sí, sí, sí...es que verás yo, sí, sí, sí...pero, pero, ...sí, sí, sí...entonces el refuerzo...sí, sí, sí, sí,...vale, sí...sí, sí, sí...ya, ya, ya, ya,...pero es que él me dijo que, ...sí, sí, sí, ya, ya, ya...pero, pero...sí, sí, sí, ...que sí...que yo se lo dije...no, no, no, no, no...que sí, sí, sí...ayer,...sí...ayer...sí...no...no...no, no...pero...no...sí, sí, sí...vale, adiós.
- ¿Qué te ha dicho?
- Que no hay refuerzo.
Han pasado más de cuarenta minutos desde el fallecimiento.
Se levanta como si en vez de piernas tuviera dos hormigoneras, y con su "alegre" caminar se dirige hacia la 305.
Paco no se puede creer esa tardanza, se levanta y se acerca al mostrador.....el celador, de nuevo, vuelve a gritar algo.
- Uf...po a este otro abuelo le queda poco...
- Te quieres callaaaar, que parece que estás metido en una tinaja...
- Si yo no he dicho ná...
- Anda, tira, tira...

El celador empuja con su prestancia habitual la cama en dirección a los ascensores, pero a la altura del mostrador de enfermería vuelve a detenerse...
- Oye... ¿y zumo me podéis dar?
Enfermeros y auxiliares parecen que se lo quieren comer .Hacen aspavientos, alguno lo empuja y aunque parece que acelera un poco el paso, resulta casi imperceptible.
Finalmente desaparece por los ascensores.
Paco, vuelve a su habitación y se echa un rato; Basilio ahora duerme plácidamente y parece que le dará tregua.
A su izquierda un hueco vacío genera inquietud al pobre Paco, que por momentos parece sentir una profunda lástima hacia su ex-compañero de habitación.
La tarde pasa lenta pero tranquilamente, hasta que Paco escucha que van a ingresar a alguien nuevo en la habitación.
- Espero que esté mejor de salud que el anterior.
- Sí, Francisco. – contesta una enfermera- Éste viene por su propio pié.

La noticia lo calma un poco. Pero poco le dura la tranquilidad. Cuando llega el ingreso, observa ante sí a un hombre joven, de mediana estatura. Moreno de piel, cabellos oscuros, delgadez extrema, ojos saltones y pómulos marcados. Un tatuaje de Amor de Madre, asoma por uno de los esqueléticos brazos.
En el otro brazo, un grotesco tatuaje (que parece hecho a patadas) de una señora desnuda.

A simple vista, parece que este hombre conoce a la perfección el diacepam y desconoce la existencia del paracetamol. De la misma manera, también parece que sabría mejor cómo burlar el cierre centralizado del Opel Corsa y sin embargo, no sería capaz de sintonizar Antena 3 en la TV. Ante este panorama, Paco con su habitual entereza y educación se dirige hacia el nuevo inquilino de la
305, y extendiendo la mano le dice...
- Qué tal, soy Paco.
A lo que el otro, que no ha parpadeado desde que llegó a la habitación, responde...
- Zé Manué…pero tor mundo me llama “Er Chori”.










No hay comentarios:

Publicar un comentario