No
se podía decir que el ingreso de Paco Penas en Medicina Interna
estuviese siendo precisamente un camino de rosas. En apenas 24 horas
el lento transcurrir de las manillas del reloj le había
regalado el generoso bagaje de un par de extracciones de sangre, una
noche sin dormir, un cura con aspecto de médico, una limpiadora
con enormes pulmones y un médico sin entrañas. Para colmo la
llegada de Antonia, la hija de Basilio (su anciano y desquiciado
vecino de cama) no hizo sino ahondar en su profunda angustia
y desesperación ante el desconocimiento de su enfermedad y las
posibles iniciativas a adoptar en pro de su curación.
Como
es sabido que Dios aprieta pero no ahoga (aunque
te deja bien jodido, todo sea dicho), la llegada
de su esposa Pepi supuso un rayo de luz y esperanza en todo ese caos
existencial. Pepi puso un poco de calma y orden en los pensamientos
de Paco, que por fin abandonó sus impulsos homicidas y recuperó la
sensatez que siempre acompañó a sus actos desde muy joven.
El
almuerzo llegó, y Antonia despertó a Basilio que con extrema
docilidad engullía como un pavo prenavideño una papilla mustia de
aspecto grumoso y cuyo olor invitaba directamente a practicar el
"lanzamiento de cuenco" (deporte olímpico en el Hospital
Puerta de San Pedro de La Línea, al menos para muchos
pacientes).
Y
así fue como, ni corto ni perezoso, Basilio, ese hombre raquítico,
enquencle, timorato y de escasa fuerza agarró con firmeza la mano de
Antonia que portaba la cuchara, y con la otra asestó un golpe seco y
certero a la base del cuenco.
Como
el que observa la repetición de las jugadas más interesantes de un
partido de fútbol, durante 2-
3
largos segundos, Paco observó como el cuenco comenzaba un vuelo
ágil, girando sobre su propio eje una y otra vez, lentamente.
Una parábola perfecta que impulsaba el cuenco cada vez más y más
hacia el pobre Paco que estaba sentado en su cama viendo como el
destino le deparaba otra sorpresa desagradable.
A
medida que el cuenco se hacía más y más grande a su vista, Paco no
podía hacer otra cosa que abrir más y más los ojos, a la vez que
su mandíbula se descolgaba poco a poco...como queriendo iniciar
una frase, siquiera una palabra que le sirviera de defensa
ante el "ataque cuenquero" del que era objeto.
Finalmente
el grácil vuelo del cuenco finalizó justo en la cabeza de Paco, que
sentía como el espeso contenido se desparramaba lentamente por el
pelo y caía por su frente hasta empapar toda su cara.
Silencio
en la habitación…
La
inevitable carcajada de los acompañantes del moribundo (que estaban
ansiosos por tener una oportunidad como ésta para liberar
tensiones) no sentó nada bien a Paco, que en otras circunstancias
hubiera sido el primero en reírse, pues siempre fue persona de
risa fácil y sin mucho sentido del ridículo.
-
Uy, usted perdone, no sabe cuánto lo siento.
Antonia se acercó
a Paco, kleenex en mano y empezó
a frotar con fuerza, pero era tal su estado de nervios que no
acertaba a retirar ni la más mínima muestra del engrudo, a
lo cual la ira de Paco no hacía sino aumentar más y
más.... Y Antonia, cada vez dándole más fuerte....
Paco que sabía que la piel tiene un límite y que éste estaba a
punto de quebrarse producto de los arrastres que Antonia
estaba llevando a cabo (sin mala fe), se puso en pie de un salto
diciendo
-
Basta, basta..déjeme…
La
estampa era de Premio Pullitzer. Paco erguido en medio de la
habitación con ese curioso sombrero de loza...colocado de medio
lado, para que me entiendan, como si tuviese un sombrero cordobés.
El sonido de las risas ahogadas por las manos que sellaban las bocas
de los presentes no hacia sino irritar más y más a Paco.
A
sus espaldas, tras un inicio de risa abortado por un siseo severo,
uno de los acompañantes al compás de un “no puedo, no
puedo, me voy para fuera” salía corriendo como alma que lleva
el diablo hasta llegar fuera del pasillo, junto a los ascensores
para dar rienda suelta a su carcajada más larga jamás
recordada.
Paco
permanecía petrificado en medio de la habitación y no acertaba a
reaccionar. Hasta que Pepi, con mucha paciencia tomó una de sus
manos, con la otra retiró el cuenco de su cabeza y
finalmente lo acercó al cuarto de baño. Poco a
poco el desfile de acompañantes hacia los ascensores fue creciendo
hasta que las risas empezaron a ser perfectamente audibles en toda la
tercera planta.
Comoquiera
que la risa y el llanto son extremadamente parecidos en muchas
ocasiones, daba la sensación de que alguien había pasado a mejor
vida.
A
esto hay que añadir el hecho de que la visita de la UCI (junto a
Medicina Interna) estaba todavía entrando y saliendo, por lo que la
escena de caos fue en aumento…
La
visita de la UCI pensaba que alguien había muerto, y los que
empezaban a quitarse la bata verde y los patucos volvían a
calzarlos para (incomprensiblemente) volver a entrar para ver si el
fallecido era su familiar (al que acababan de ver vivito y coleando
hacía tan sólo dos minutos). Algún familiar de UCI de repente
empezó a llorar y gritar.
-
Ay, Pepe no, no...que es muy joven...
Y
a su vez un familiar de éste al verlo llorar de esa manera también
pensó que Pepe había fallecido. En cuestión de segundos
y si haber dado tiempo a ningún tipo de comprobación
previa, el tal Pepe que estaba ingresado en la UCI había
fallecido.
-
Ay, ay, ay, ay...mira que se lo dijeeeeeeeeee, que no se comiera
aquella fuente de ensaladillaaaa, que tenía mu mala
pintaaaaaa...ayyyyyyyyyyyy, Dios por quéééé…
Un
señor enorme, no sólo de altura sino de talla de pantalón, mirando
hacia el cielo y con los brazos en cruz, gritaba con voz grave:
-
LLÉVAME A MÍÍÍÍÍÍÍIÍ...LLÉVAME A MÍÍÍÍÍÍÍ...
En
Medicina Interna, los enfermeros y auxiliares salen al pasillo y se
preguntan unos a otros qué ha pasado...”alguien que se ha muerto
en la UCI”...rápidamente comienza en la planta la "Operación
Tila", y se producen "en cadena" litros y
litros de infusión que van circulando hacia fuera. Los pacientes y
acompañantes de Medicina Interna se agolpan al principio del pasillo
para cotillear un poco....alguno ya se da media vuelta diciendo....”Pepe,
el frutero, estaba mu malito, pobrecito”.
Mientras,
Paco se ha aseado y con las dulces palabras de Pepi ha vuelto
a calmarse y retorna a la cama.
Paco
pregunta a Pepi.
-¿Qué
pasa fuera?
-
Parece que alguien de la UCI se ha muerto, dicen que estaba muy mal,
que se había comido algo en mal estado y mira cómo ha acabado el
pobre....al parecer estaba ahora vomitando sangre y echando
espumarajos por la boca.
En
esto que entra un señor que está en la 311 y se agrega a la
conversación.
-
Dicen que se le han salido los ojos....una enfermedad mu rara, sabe
usté...
-
Uy, por Dios, las cosas tan malas que hay por ahí. Alguien en el
pasillo no tiene otra ocurrencia que
decir
algo sobre la sospecha de que fuera por culpa de la famosa epidemia
de gripe...y la cosa se desmadra.
La
gente se agolpa en el mostrador de enfermería pidiendo mascarillas
y batas por si las moscas, algunos aprovechan el tumulto
para llevarse una caja de guantes (no se sabe bien por qué ni para
qué) y los guardias de seguridad se ven obligados a poner
orden en el pasillo.
Paco
Penas se queda sentado mirando fijamente a Basilio que le devuelve la
mirada esbozando una pícara sonrisa, como si supiera la que ha
formado con el dichoso cuenco.
Y
no contento con esto, Basilio llama a su hija…
-
Antoniaaaaaaaaa...
-
¿Que quieres, papá?
-...¡¡¡tengo
hambre!!!
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