Como
diría Sabina, la mañana acabó, y la tarde duró lo que tarda
en llegar la noche. El "caos de los ascensores" fue
decreciendo a medida que los familiares del "difunto frutero"
fueron debidamente informados de que su querido y llorado Pepe, cual
Lázaro del siglo XXI, "se levantaba y andaba". Aun
así había quien empujaba tímidamente con su dedo índice el cuerpo
del frutero, para comprobar que efectivamente se
encontraba vivo. Por otra parte, en los pasillos de Medicina
Interna tras el amago de rebelión y la aparición de los señores
de verde y caqui (porra en mano), se instauró un toque de
queda informal que invitaba al exceso de familiares a abandonar el
Hospital, y a permanecer en silencio a los que decidieran
quedarse.
El
incidente del cuenco había sido arrinconado en una de las más
oscuras y apartadas esquinas del olvido, y Paco Penas se
disponía a afrontar una nueva noche de sobresaltos y experiencias
desagradables.
Fue
en ese preciso momento cuando un leve dolor de cabeza, precedido
de escalofríos lo animó a llamar al personal de la planta.
Le
tomaron la temperatura y, como era de esperar, apareció la fiebre.
Paco
suspiró pensando que la maldita pesadilla en la que se había
convertido su ingreso no tenía fin, y se metió en la cama buscando
el consuelo de unas horas de sueño y tranquilidad que el destino le
negaba sistemáticamente desde hacía ya casi 48 horas.
Apenas
llevaba 15 minutos en posición fetal, tapado con su sábana
y una manta hasta las orejas, cuando una mano tocó levemente su
hombro.
-
Francisco, vengo a sacarle sangre.
-
Debe ser un error, ya me sacaron esta mañana, ¿no
se acuerdan?
-
Si, pero ahora es distinto, hay que sacarle unos hemocultivos.
-¿Unos
qué?
-
Hay que cultivar su sangre, para ver qué tipo de bicho le provoca la
fiebre.
Paco
imaginaba ya a varios señores de blanco, manejando azada y rastrillo
y esperando que de su sangre germinaran tomates, alcachofas, lechugas
o vaya usted a saber qué otro tipo de hortalizas y verduras.
No
es que Paco fuera un ignorante redomado, más bien se debía a la
confusión resultante de mezclar la falta de información con 39
grados de fiebre, cóctel explosivo a todas luces.
Nuestro
protagonista puso el brazo, y sufrió de nuevo el "delicioso"
sabor del acero en la carne, aunque en esta ocasión los famosos
"tubitos" de colores se habían transformado en botellines
de cristal que se llenaban, y llenaban, y llenaban… Cuando
acabó la sangría, Paco se dio media vuelta e intentó conciliar el
sueño de nuevo.
Media
hora más tarde, de nuevo una mano se posa en el hombro.
-
Francisco, que vengo a sacarte otro poquito de sangre...
-
¿Otra vez?
-
Si, es que para cultivar la sangre hay que extraer una nueva muestra
a la media hora de la primera, ¿sabes
No,
lógicamente ni lo sabía ni le habían dicho nada. Pero como donde
hay patrón no manda marinero, Paco pacientemente extendió el otro
brazo y volvió a padecer una de las mayores torturas que pudieran
hacerle sentir (es menester recordar su fobia a las agujas).Y
nuevamente intentó buscar refugio en las profundidades de las
sábanas y en el abrigo de su cama.
Basilio,
al que su hija ya había dejado solo, empezaba a despertarse. Pero
sus "antonias" habituales resultaban casi imperceptibles
al febril oído de Paco y no suponían peligro para la
búsqueda del sueño.
Lástima
que el sueño de la fiebre sea a veces más estresante que la propia
vigilia; Paco daba vueltas y vueltas en la cama, el dolor de
cabeza iba en aumento y se reflejaba ya en cuello, hombros y
espalda, por lo que el descanso se hacía imposible. De nuevo,
alguien lo llama.
-
Francisco.
La
enfermera esta vez está con cara de circunstancias.
-
¿Qué pasa ahora?
-
Verás...es que resulta que te han pautado un antibiótico y
medicación para la fiebre, y tal...y nos
hemos dado cuenta de que no tienes cogida una vía.
-
¿Una qué?
-
Un gotero, Francisco, hay que ponerte un gotero.
-
La madre que me parió...
Misma
ceremonia...brazo alargado y aguja (esta vez más gruesa)
acercándose lentamente hasta rozar la piel.
-
Uich, estas venas están profundas....
Paco
se pone nervioso, “podía haberse callado”, piensa.
Finalmente,
hay suerte pues quiso Dios o la Divina Providencia que a pesar de
su intensa fobia, sus brazos tuvieran buenos cauces sanguíneos,
profundos, pero buenos…
Media
vuelta en la cama, y a empezar de nuevo. El sueño febril se implanta
en su cabeza y las pesadillas con sonidos extraños, imágenes
etéreas y voces a lo lejos no hacen sino romper su
tranquilidad y descanso, ya que Paco sólo acierta a moverse una y
otra vez en la cama buscando una posición que le proporcione
calma y sosiego. En esto que una voz lo despierta súbitamente
-¡¡ANTONIAAAAAAAAAAAAAAAAA!!
Paco
instintivamente se pone en pie de un salto y todo está en penumbra
-
¡¡¡ANTONIAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!
Paco
respira hondo y su cabeza, algo menos febril que antes, recuerda que
Basilio está solo y que Antonia se fue a su casa hace
unas horas. La llorosa forma de llamar a su hija, hace que Paco
tenga un acceso de compasión por el anciano Basilio.
Se
acerca a su cama, esperando unos segundos para que sus ojos se
acostumbren a la oscuridad.
-
¿Qué le pasa, Basilio?
-
La mano...
-
¿Qué le pasa en la mano?
-
Dame...la mano...
Paco,
aturdido por la súplica, alarga la mano en la oscuridad y se posa en
la barandilla…
Palpa
a golpecitos por encima de ella buscando la mano de Basilio y llega a
tocar sus fríos dedos.
-Aquí
está la mano...
Basilio
se aferra con su mano a la de Paco y éste comprueba que la
frialdad de los dedos se ha convertido
en calor, un calor pegajoso, fluctuante, y con intenso olor a…
-
¡¡¡Mierdaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!! Efectivamente… mierda.
Y
es que a Basilio le gustaba compartirlo todo.
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